Sé que existen.  He visto sus miradas confundidas en plazas y restaurantes.  Escuchado acaloradas discusiones en todas partes.  Casi todos los días soy testigo de su frustración y dolor en nuestras sesiones de terapia.  Padres, hijos, hermanos, esposos, patrones, estudiantes, empleados, maestros, clientes, adultos, adolescentes, niños… Gente frustrada y triste al sentirse incapaz de comunicarse con aquellos que les rodean.

Independientemente de su edad, su sexo o condición social, les oigo hacer las mismas preguntas:  “¿Por qué no me escucha?” “¿Por qué no me dice como se siente?” “Lo único que quiero es un poco de … (amor, respeto, comprensión, etc.) … ¿es acaso mucho pedir?”  En ocasiones, la frustración se expresa en forma de solicitud (tal vez debiera decir exigencia): “Tenemos que hablar” “Dime que te traes” “¡Escúchame!”  ¿Sabes que?…  ¡olvídalo!”  Otras veces suena a acusación: “No te importo, ¿verdad?” “simplemente no me quiere escuchar” “Sólo lo hace para hacerme enojar” “¡Sabes exactamente de lo que estoy hablando!”  Finalmente, en la medida que la frustración va en aumento, empiezan a recurrir a exageraciones “¡hemos hablado de esto un millón de veces!”  “¡Nunca me pones atención!” ¡Siempre es lo mismo contigo!”

¿Suena familiar?  Le aseguro que no esta solo.  Desafortunadamente sospecho que saberlo no le será de mucho consuelo.

Si entendemos como “violenta” aquella conducta que ocasiona dolor o daño a los demás, podemos concluir que todas las expresiones de arriba, aunque bien intencionadas, califican como violentas.  Decirlas muy probablemente no mejorará la comunicación, por el contrario, provocarán resentimiento, rechazo, confusión y más distanciamiento.

Pero ¿por qué lo hacemos?

Muchos de nosotros fuimos educados mediante críticas y comparaciones.  Los bien-intencionados adultos a cargo de nuestra formación, nos enseñaron a sentirnos inadecuados, a creer que eramos responsables de sus sentimientos y que los demás podían hacernos sentir de una forma u otra (enojados, contentos, tristes…).  Fuimos manipulados para sentirnos culpables y avergonzados (u orgullosos y queridos) por nuestras acciones, entrenándonos para actuar de tal o cual forma.  Nos enseñaron que existe un modo “correcto” y otro “incorrecto” de ser.  Se nos enseñó a ser “buenos” y se nos advirtió que no fuéramos “malos” (o se nos castigó por serlo).  Aprendimos a actuar inteligentemente y a ser niños buenos, por miedo a ser rechazados o regañados por ser estúpidos o malvados.

No estoy criticando a nadie, simplemente señalando los métodos usados para lograr que nos ajustáramos a la ciertas normas; y sugiriendo que nos relacionamos con los demás siguiendo los mismos métodos, con nuestros hijos, pareja, compañeros de trabajo e incluso desconocidos.  Dicho sea de paso, este es también el modo en que la mayoría de las escuelas, las organizaciones y los gobiernos funcionan.  ¡No es de sorprender que exista tanta violencia en el mundo!

¿Se siente frustrado?  ¿Triste?  ¿Desearía que existiera otro modo de ser y relacionarse con los demás?  Lo hay.  Un modo de comunicarse que no implica juicios de bueno o malo.  ¿Interesado?  Debo advertirle que aprender a comunicarse de ese modo puede obligarle a “mudarse” a un mundo donde nadie este compitiendo por mejor que el otro.  Un mundo donde no existe gente mala o egoísta, ni ganadores o perdedores, sino gente llena de amor, haciendo lo posible por hacer del mundo un lugar más maravilloso para ellos y para los demás.  ¿Suena como algo salido de un cuento de hadas?  Si le cuesta trabajo creerlo, es quizá por que es algo tan lejano a nuestra realidad que parece imposible, pero le aseguro que lo es.

¿Como lograrlo?  Comenzando por aprender a comunicarse con usted mismo y los demás de una manera más compasiva.  Aprendiendo a identificar sus sentimientos y expresarlos abiertamente, respetando al mismo tiempo los ajenos.  Aprendiendo a escuchar y valorar sus necesidades y las de los demás , considerándolas no como cargas o molestias, sino como expresiones de lo que realmente le importa.  Aprendiendo a pedir (no exigir) lo que necesita, siendo capaz también de escuchar empáticamente las necesidades del otro, considerándolas al menos tan importantes como la propias.

¿Todavía suena demasiado bueno para ser verdad?  Si le cuesta trabajo creer que es posible, ¿está al menos dispuesto a preguntarse por qué? ¿De dónde viene la resistencia a aceptarlo?  Será posible que la programación que viene desde la infancia es tan poderosa que le impida incluso considerar la posibilidad de que sea cierto?  ¿Está dispuesto a intentarlo, incluso si suena ridículo?  Espero que sí, el mundo definitivamente necesita más gente dispuesta a intentar algo diferente (además, ¿Qué puede perder?)