El fraude alimentario es tan viejo que hasta tenemos una frase muy popular: nos dan gato por liebre. Si bien esa pieza de la sabiduría popular no se aplica en exclusiva a lo que comemos pensando que es una delicia y resulta que es algo más, sí define a un fenómeno que cuesta miles de millones de dólares, que puede tener implicaciones para la salud y que, a fin de cuentas, se trata de un engaño a veces perpetrado por mafias bien organizadas.

El fraude alimentario puede partir desde el origen de un producto hasta hacer pasar algo que difiere de la oferta inicial. Por ejemplo, que nos hagan pasar kiwis de Nueva Zelanda, cuando en realidad los produjeron en San Luis Potosí. Aquí, el resultado podría ser inocuo en términos de salud y el daño sería más bien para el bolsillo de los consumidores, así como para el prestigio del producto en caso de que los kiwis sean de buena o mala calidad.

Se calcula que el fraude alimentario representa pérdidas para laindustria de casi 50 mil millones de dólares al año. Eso, claro, sin contar el negocio que representa a quienes incurren en la adulteración deliberada, la substitución, o la falsificación de productos para el consumo, ya sea humano o animal.

De acuerdo con la Comisión de Seguridad Alimentaria del Parlamento Europeo, a nivel global el producto más susceptible de ser falsificado es el aceite de oliva, puesto que las ganancias para los cárteles que lo trafican son enormes. Aquí, lo que mucha gente consume es extracto de pulpa de olivas. Bajo etiquetas bien hechas y con leyendas bien redactadas y pensadas, mucha gente piensa que está comprando aceite extra virgen auténtico, por el que paga, en promedio unos 40 pesos por 100 mililitros, o más, por un derivado que en realidad cuesta unos 3 o 4 pesos.

Luego de la famosa Operación Opson V, la operación de Interpol y Europol en 57 países, se confiscaron 10 mil toneladas y casi 500 mil litros de bebidas pirata. Además, se pudo descubrir una tendencia en la que la mayor parte de los alimentos en esta industria ilegal son los pescados y los mariscos.

En específico, se descubrió que los piratas alimentarios hacen pasar el atún aleta amarilla como si fuera alguno de sus primos más «finos», como el atún aleta azul. Asimismo, paquetes de carne con etiqueta Kobe (de la mejor calidad y originaria de Japón), que no eran sino simples filetes. También se decomisaron cientos de botellas de whisky y hasta varias toneladas de caracoles españoles que supuestamente se iban a etiquetar como franceses.

Aquí algunos casos muy recurrentes de alimentos adulterados, contaminados o falsificados.

Caracoles «franceses».

Melamina en fórmula infantil en China.

Tilapia por huachinango.

Alimentos orgánicos (que no lo son).

Salmón salvaje, cuando es de acuacultura.

Vainilla pura, cuando es extracto de haba tonka o sarrapia.

Filetes Kobe, cuando son de cualquier clase.

Aceite de oliva extra virgen, siendo que es de cualquier origen.

Bebidas destiladas como vodka, whisky o tequila.

Excelsior.

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