Como todo camino que lleva a un lugar que valga medianamente la pena, éste comienza con una terracería.

Hace días recibí un correo con información sobre un festival de arte urbano que estaba transformando una colonia olvidada de San Miguel de Allende, México, en un espacio completamente nuevo, rejuveneciendo los espacios y alejándolos de ser un foco rojo, para convertirlos en una celebración artística.

El pavimento de la oficina se levantó descubriendo la tierra blanda que viste, y con temor de quedar atrapado en la nube del polvo monotónico de la ciudad, desgraciadamente ya desprovista de terracerías, comencé a trazar mi viaje a San Miguel.

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