La creatividad, el dominio del lenguaje o la resolución de problemas abstractos precisan distintas estrategias mentales. Y todos destacamos en una de ellas.

Más que de inteligencia, algunos científicos prefieren hablar de inteligencias. Esa fue la tesis, por ejemplo, de Howard Gardner, quien en los años 80 formuló la teoría de las inteligencias múltiples. Para este psicólogo de la Universidad de Harvard, todos tenemos una serie de capacidades mentales, que denominamos inteligencias. En concreto, existen nueve: lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal y cinética, interpersonal o social, intrapersonal o emocional, naturalista y filosófica. Lo que nos diferencia es el grado que tenemos de cada una de ellas, algo que no se puede medir mediante un test de cociente intelectual. La escuela es la que, desde el principio, debería ayudarnos a explotar al máximo nuestras potencialidades.

Pero la teoría de las múltiples inteligencias no está exenta de crítica y hay expertos que consideran que no se puede llamar inteligencia a lo que parece una habilidad. Así, ponen un ejemplo: ¿un magnífico atleta podría considerarse un individuo inteligente solo atendiendo a sus éxitos deportivos?

Otros investigadores en este campo señalan que la inteligencia tiene que ver, sobre todo, con la capacidad de actuar de manera flexible en entornos cambiantes. El cerebro busca aquellos patrones que ha ido generando a base de conocimientos y experiencias, pero para adquirir otros nuevos se necesita agilidad mental. En el primer caso, hablamos de una inteligencia cristalizada; en el segundo, de una inteligencia fluida. Esta división la propuso por primera vez el psicólogo británico Raymond Cattell en los años 60. Ambas trabajan juntas e interactúan para producir inteligencia individual general. Mientras que la fluida tiende a disminuir cuando entramos en la edad adulta, la cristalizada se vuelve más robusta a medida que envejecemos. Esto es, cuanto más mayores somos, más experiencias y conocimientos acumulamos y, por lo tanto, más patrones tenemos en el cerebro para saber cómo se comporta el mundo y hacer predicciones.

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