La trepidante carrera que tuvo Jorge Burruchaga (Entre Ríos, Argentina, 1962) para culminar la obra de Diego Armando Maradona en 1986 con el gol de la victoria en la final la recuerda cuadro por cuadro como si el tiempo se hubiera detenido.

Burruchaga se guió por la ropa de Schumacher para anotar. Foto: Archivo Excélsior

Era una competencia independiente la de los argentinos, que tuvieron que reponerse al envión alemán cuando los alcanzaron en el marcador a 2-2. “Sabíamos que si nos íbamos a tiempos extras estábamos liquidados”, cuenta Burruchaga desde Argentina.

Entonces, en medio del embrollo en que se había vuelto el partido, Maradona sacó un pase en el mediocampo entre cuatro alemanes que dejó ante un enorme páramo abierto a Burruchaga. Corrió con toda su alma para enfrentar al portero que conforme se acercaba se hacía más grande.

“Me resulta difícil de describir ese momento en palabras; 30 años después lo tengo en la mente muy nítido, pero no logro encontrar los adjetivos. Maradona fue el dios de ese Mundial, pero por un instante, cuando corro a festejar y me hinco, yo me sentí el dios, un ser que podía volar, que podía hacer todo. Ganar un Mundial con un gol tuyo y con la camiseta de tu país es algo inalcanzable para tantos que para mí se convirtió en la felicidad absoluta.”

Compara solamente ese suceso con haber visto nacer a sus cuatro hijos: “Sólo con algo así de fuerte”.

En el gol de Maradona en el Estadio Azteca a los ingleses, el genio del futbol reveló con los años que el pasto estaba en mal estado y complicaba la conducción del balón, por lo que a Burruchaga le pasó lo mismo.

“Era difícil llevarlo, pero cuando arranqué contra Harald Schumacher sentí mucha seguridad en convertir el gol. Creo que hice lo correcto, aunque la alargué, pero la verdad es que tenía bien claro el arco y me guiaba por la ropa amarilla del portero para saber cuándo era el momento justo de tocarla al fondo.”

Al regresar al medio campo, con seis minutos por jugarse, por la mente de Burruchaga pasaban varias cosas, “repetía para mis adentros que nos merecíamos ser campeones”, y miró el rostro de Diego Maradona de frente, había lágrimas que caían como carambanos de hielo, sentía latir fuerte el corazón de Jorge Valdano, que lo abrazaba, y la mudanza a la felicidad en la cara de desgracia de José Cuciuffo, que le hacía recordar lo difícil de la eliminatoria, la llegada a México y lo complicado que había sido ese mes mundialista.

El grupo argentino que ganó la Copa del Mundo, que apostó siempre en pos de la espectacularidad, no fue el más unido. Días antes de iniciar tuvieron enfrentamientos y se desahogaron entre ellos.

“Pero la verdad es que no somos un grupo de amigos, aunque hicimos un grupo sólido, con sus egos y sus reclamos”, refiere Burruchaga. “Ese grupo que salió de Argentina no era el más amistoso, pero tuvo la fortaleza de querer ser campeón del mundo y dejamos todo de lado por conseguirlo”, concluye.

El gol del título fue un relámpago

La victoria de Argentina a los 39 minutos de la segunda parte, cuando asomaba la posibilidad de ir a tiempos extras, ha sido también la del futbol de este continente. Y la razón es clara: si era en México, lo indicado era, pues, que quedara en América.

Diego Armando Maradona, con la copa del Mundial de México 86. Foto: Archivo Excélsior

El desenlace del drama: cuando estaban 2-2 Argentina y Alemania Federal y ésta buscaba con ahínco el gol definitivo, se desprendió un avance de los argentinos, por el centro, sorprendiendo a la defensiva adversaria y Maradona -tenía que ser- le puso en los pies la bola a Burruchaga, que corría por la izquierda, se internó en el área chica y Schumacher tuvo, como único recurso, salir, y Burruchaga, anticipándose al choque, colocó dentro de lo que en ese milésimo de segundo fue para Argentina el campeonato de este XIII Mundial en México.

Cuando el silbato del árbitro Arppi-Filho, de Brasil, apagó el fuego, se fundieron todos los ches en un abrazo, llegó Bilardo y Maradona fue el primero en abrazarlo.

Se abrieron las piñatas que prendían desde la corona del Estadio Azteca, que lució una hermosa decoración color plateado brillante, ideada por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, y soltaron confeti gigante, estampa final de esta Fiesta de Alarido en nuestro México que así proyectó al mundo su imagen vibrante. Sonó esa música de las golondrinas que lleva toda la tristeza en una despedida y cayó el telón del Mundial 86. Ahora, todo pasa a la historia.

ARGENTINA inició su marcha hacia el título de campeón.

A los 23 minutos, Matthäus, para cortar un avance de Maradona, determinó un tiro libre, desde el lado derecho. Lo lanzó Valdano, cruzó por encima de la defensiva y en la izquierda saltó Brown, golpeó con la frente la pelota cuando Schumacher salió en falso y ya estaba arriba Argentina 1-0.

Y así terminó la primera parte.

El ahora campeón tenía prisa: a los 10 minutos del segundo tiempo, aprovechando los espacios abiertos que dejaron los alemanes atrás, en su afán de buscar el gol, se desprendió el avance argentino por piernas, llegaron ante el marco, Olarticoechea la llevaba cosida a los pies, se la puso a Valdano y éste la disparó por abajo, hasta el fondo.

ENTONCES brilló el espíritu de lucha germano. Una y otra vez arrollaban, la defensiva argentina sacaba pelotas desesperadamente y cedió un córner a los 28, que fue lanzado hacia un ideal campo de remate, se levantó Rummenigge y con la frente clavó el primer gol, y continuaron carburando a fondo.

A los 37 otro córner. Cruzó la pelota hasta el lado contrario y Voeller, entre los defensas, la remató para el segundo gol.

ERA para Alemania toda un esperanza ir a tiempos extras. Además tenía artillería para ganar en serie de penaltis. Todos, o casi todos, estaban asediando el área grande de Argentina.

Súbitamente, se desprendieron en un avance con ese prodigioso toque de ellos, iban por el centro, Maradona a la derecha y Burruchaga a la izquierda; Maradona se la entregó, y cuando Schumacher se movió para salir a cubrir, Burruchaga la puso adentro y ya Argentina era campeón.

ABRAZOS Y LÁGRIMAS. Después, cuando se serenaron, fueron en fila hacia el palco de honor, en donde el señor Presidente le entregó la copa a Maradona, capitán de los campeones: a los alemanes les colgó del cuello la medalla de subcampeones.

Y queda, inolvidable, el recuerdo de este Mundial…

Excelsior.

Compartir