Yuriria SierraYuriria-Sierra

uando en 2007 Brasil fue designado la sede del mundial de futbol que está por iniciar en unos días, el panorama era un tanto distinto. Se vivía en aquel entonces el furor que un presidente como Lula da Silva generaba. El país iba marchando mejor que nunca. Y, siendo uno de los países más pamboleros del mundo, se eligió como el destino para el certamen de 2014. Siete años después y tras muchísima inversión, las selecciones de los países participantes comienzan a arribar a tierras brasileñas. Pero también miles de ciudadanos cariocas salen a las calles para protestar. Y razones tienen.

Según estimaciones de economistas, Brasil cerrará el año con una tasa menor a 2% del crecimiento del PIB. Y eso, a los ojos de cualquiera, resulta incomprensible cuando se ha contabilizado que el gasto que ha generado el Mundial ha sido cuatro veces más de lo estimado, pues al principio se calculó un gasto de diez mil millones de dólares, pero hasta la fecha han desembolsado cerca de 38 mil millones. Un dineral para el ahora considerado el mundial más caro de la historia. Aunque, en un inicio, el presupuesto asignado para esto era de apenas seis mil millones de dólares, los cuales están referidos como 83% de aportación gubernamental y el resto de parte de los patrocinadores, dinero que se ha gastado en la reparación de algunos estadios, en la construcción del que será la sede y en remodelar toda la infraestructura de las ciudades que visitarán los participantes y turistas, como Sao Paulo, que fue la ciudad que más dinero recibió de todas. Es un gastote que, según calculan analistas, no dejará utilidades de la misma dimensión de la inversión.

Estos últimos días se han realizado varias manifestaciones en Brasil. En Sao Paulo hay un paro general de los sistemas de transporte público, al que ya le han dado la modalidad de indefinido. No hay autobuses ni hay trenes. La razón es que los transportistas piden un incremento salarial de 37%; el gobierno espera llegar a un acuerdo ofreciéndoles menos de la mitad de lo que solicitan. Seguramente, en circunstancias distintas, la negociación no se complicaría.

El tema es, claro, los miles de miles de dólares que se han invertido en el Mundial. Las mejoras a la infraestructura que incluso motivó a la construcción de una tercera terminal aérea en el Aeropuerto Internacional de Sao Guarulhos, además de la remodelación de otros cuatro puertos.

Las estimaciones del gobierno de Dilma Rousseff aseguran que los ingresos que tendrán por el Mundial serán tres veces mayores a lo invertido. Los analistas dicen que no llegarán ni a una tercera parte, y que estos problemas —no sólo económicos, sino también sociales— son resultado de elegir a economías emergentes como sedes de eventos que piden un desembolso para los que no están preparados. El furor de la Copa del Mundo en un país como Brasil, más el furor de un gobierno como el que estaba en marcha cuando se eligió la sede de 2014, aseguran, cegaron las verdaderas estimaciones.

Por supuesto que, al menos, las manifestaciones deberán resolverse antes del inicio del Mundial. Y sobre quién tuvo la razón en los cálculos, será algo que se resolverá a corto y mediano plazo. Aunque, por lo pronto, parece que socialmente también es un Mundial de alto costo.

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