Yuriria SierraYuriria-Sierra

Resulta siempre curioso pensar en las monarquías en pleno siglo XXI. Tal vez  porque la figura de un rey, al menos en muchos países, como México, está plasmada en los libros de historia o la ficción. Los reyes, los que gobernaron hace siglos y sólo se hacía lo que dictara su voluntad, ya no existen como tales ni en los países en los que sigue habiendo familias reales.

Acaso la más representativa de éstas es la familia Windsor, la de la corona británica. La única que tiene una verdadera función como pegamento social, pues incluso su figura forma parte de elementos de identidad del país, como el himno nacional. Sin embargo, hace muchísimos años que reyes y reinas han dejado de tener peso político en las decisiones que se toman en sus respectivos países. La llegada de regímenes democráticos al mundo desdibujó estas figuras y las dejó como meros ornamentos a los que algunos rinden pleitesía. Y es que, por lo general, el resto de las familias reales europeas figura sólo al interior de las revistas “del corazón”, sin mayor relevancia en la vida política, sólo como mero elemento de ¿inspiración? y referencia social para, repito, los países que representan.

La familia De Borbón, la que habita en el Palacio de la Zarzuela, en España, no es la excepción. Sin embargo, la abdicación al trono del rey Juan Carlos causó revuelo. No sólo porque se da por primera vez, sino por el discurso y lo que hay detrás de ella.

Para nadie es un secreto, todo lo contrario, es una dolorosísima realidad para los españoles la profunda crisis económica en la que se encuentran y los escándalos de la familia real: corrupción, fotografías de caza de elefantes y hasta rumores de una supuesta relación entre el rey Juan Carlos con una figura aristócrata alemana, según lo publicó la revista Vanity Fair hace unos meses.

Eso, más el índice de popularidad más bajo que hayan registrado entre los españoles, que tiene también que ver con la brecha generacional con quienes no vivieron la transición tras la muerte de Francisco Franco, en 1975. Por eso también, hoy, los cuestionamientos sobre la utilidad o permanencia de la familia real serán parte de la agenda de los opositores, que han visto engordar sus filas gracias a la coyuntura. Ayer mismo salieron a las calles ondeando la bandera de la República, pidiendo un referéndum para decidir sobre la permanencia de la figura monárquica española.

En los próximos días se nombrará al nuevo rey de España, pero mientras eso sucede —y seguramente los días que sigan al anuncio oficial—, las manifestaciones en favor de un sistema republicano serán más fuertes. Algo que sin duda marcará lo que parece inminente: la llegada del rey Felipe VI, como se hará llamar el príncipe de Asturias. Y es que, a pesar de esta decisión histórica, lo cierto es que la abdicación llega en uno de los momentos más débiles de España. Lo que podría dar pie a que se genere un cambio que la encauce de nuevo y la saque de la crisis en la que se encuentra: ¿un jaque al juego de tronos de la corona española? Y es que de ser el rey de la transición, como se le ha llamado al rey Juan Carlos, ya sólo es la figura de ornamento que calló a Hugo Chávez en aquel encuentro de jefes de Estado de Iberoamérica en 2007, pero que deja la corona en el más delicado momento con respecto a la imagen que tiene su pueblo sobre ella.

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