Yuriria-SierraQué es un campo de guerra sino el terreno para el enfrentamiento, donde se presume la fuerza contra el enemigo y donde, en consecuencia, quedan regados los restos, las heridas y las víctimas de una batalla que pudo o no ser: “Un campo de guerra ultracontemporáneo es continuo, plano, simultáneo, ubicuo, sistémico y productivo, e indice en mar, tierra, espacio y ciberespacio. El campo de guerra que aquí se examina trasciende el territorio de la nación mexicana…”. A partir de esta premisa, Sergio González Rodríguez desglosa un mapa del campo de guerra mexicano: el de los vicios y puntos de fuga, el de los vacíos legales y la escalada de una corrupción que mermó las instituciones y las leyes. Lo hace en un texto llamado Campo de Guerra —que le valió el Premio Anagrama de Ensayo 2014—, mismo que tuve el honor de presentar ayer junto a Juan Villoro: “Aquí se hablará del plan estratégico de militarización del mundo, del modelo global de control y vigilancia, y del campo de guerra en México a principios del siglo XXI…”.

Un campo de guerra bañado en nuevas formas de ejercer el poder; de nuevas vías para la construcción de nuevos esquemas para ejercerlo. Como la alegalidad —uno de los varios términos que acuña el autor—, que se refiere a todo aquello que ya no está ni contra ni fuera del la legalidad, incluso dentro de las instituciones. Porque ya estamos más allá de eso. Ya todo termina siendo una farsa: “Los delincuentes, coludidos con los funcionarios oficiales, ejercen poder dentro de las sociedad…”, y a la población no le queda más que sumergirse en esta realidad, adecuar sus planes y expectativas al orden que la guerra contra el narcotráfico ha generado.

Y con la alegalidad, González nos trae de la mano la Teoría del an-Estado, “un Estado que simula legalidad y legitimidad, al mismo tiempo que construye un an-Estado (del prefijo “an”, del griego ά-): la privación y negación del mismo…”. Es decir, un Estado que no funciona o, al menos, que no lo hace en función de los intereses para los que fue creado. Más que un Estado fallido, más que uno disfuncional, es un an-Estado, porque de nada le sirven la creación de nuevas leyes, pues éstas terminan por incumplirse, como las anteriores.

Eso también lo explica en su anamorfosis de las víctimas, que llega cuando se comete un delito. El inicio de una espiral que se lanza al vacío o a una eternidad de la que no se saldrá: una espiral que atrapa a quien es víctima de un delito, que le hace más grandes las heridas y le propicia algunos otros golpes. Los que llegan cuando el deber ciudadano llama y exige respuestas a preguntas que quedan en el aire y que jamás encuentran quién las responda: “Una herida, una huella, una grieta que, conforme las instituciones son incapaces de atender, se abre cada vez más y nunca cierra (…) Y aun así, la víctima reaparece como anamorfosis de su propia memoria: rota, deformada, inscrita en una representación anómala de lo conocido, donde lo propio se vuelve ajeno, alineado, distante, ignoto, y lo afectivo cae en lo atroz y en la crueldad, en manos de otros…”.

Sergio González nos habla, en Campo de Guerra, de la destrucción de las esferas de un Estado, no sólo el mexicano, que llega cuando la estrategia de éste sobre el combate con los enemigos se transforma en un ambiente bélico y, de ahí, todas las trágicas consecuencias. Una lectura obligada para que vayamos entendiendo el porqué estas circunstancias nos están dirigiendo a debates que aún se consideran impensables, realidades que pensábamos imposibles y que se van construyendo de la mano de este campo de guerra ultracontemporáneo que nos ha traído el crimen organizado y las defectuosas aristas dentro del Estado y las leyes que lo componen, que han permitido su crecimiento.

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