El caos postmoderno. 2ª. Parte

Mauricio Rebolledo Del Castillo 

 

Continuando con nuestra serie, hoy les hablaré de lo que alimenta al caos postmoderno en el que vivimos.

 

A la época de los imperios muertos sigue la era de la colateralidad como me gusta llamarle. Los estados nacionales han funcionado en occidente por poco más de dos siglos, muchas de las democracias se han consolidado pero finalmente han demostrado ser insuficientes a la hora de cumplir con las expectativas de los ciudadanos. En la era de la colateralidad, los estados nacionales comienzan su decadencia y no podremos darlos por muertos sino hasta que las diversas velocidades en el desarrollo regional de la humanidad se hayan uniformado en un solo ritmo global.

 

El concepto de colateralidad consiste en la indefinición de problemas que en sus causas y efectos ya no se limitan a una unidad territorial correspondiente a un estado nacional. Los problemas postmodernos no tienen fronteras, no saben de países, son constantemente extensivos. El mundo está conectado entre sí y lo que ocurra en cualquier sitio tiene un impacto en otro lugar, recuerden el efecto dominó que mencioné en la introducción de esta columna. Es la colateralidad lo que alimenta al caos postmoderno, las variables imposibilitan la existencia de policías y villanos globales, los intereses de cada actor se trastocan constantemente haciendo que las posibilidades de conflicto se multipliquen pero al mismo tiempo la guerra es más un obstáculo que una solución, la naturaleza de los conflictos cambia, ya no es militarista sino económica, por otro lado la tecnología de la guerra se ha vuelto tan avanzada y peligrosa que en un mundo de causas y efectos colaterales puede ser como darse un tiro en el pie o en la cabeza.

 

Hoy en día podemos ver muchos ejemplos de esta realidad subyacente, la contemporaneidad de todos ellos no es casual, los conflictos se relacionan entre sí aún sino podemos describir con precisión dichas relaciones. Las crisis políticas en el medio oriente, la crisis económica mundial, el conflicto ucraniano, el fundamentalismo islámico, pensaría, ¿cómo puede la guerra estar obsoleta? Hay tantas… bueno, yo lo veo como los coletazos de un mundo en extinción, lo preocupante es hasta dónde podrán llegar los coletazos y para ello está la colateralidad de los conflictos, si estuviéramos en 1914, creo que ya estaríamos en la guerra mundial, pero no es así y probablemente sigamos inmersos en un mundo en tensión.

 

Ayer leía un artículo de Mario Vargas Llosa en El País, que viene mucho a colación, se titula “Las guerras del fin del mundo” y da una opinión sobre lo que alguna vez escribió Francis Fukuyama con respecto a una nueva era de paz y prosperidad pasada la guerra fría. Concuerdo con Llosa en algunos de sus comentarios pero sustancialmente, que no del todo, coincido con la visión más optimista de Fukuyama, sí creo que avanzamos a una era civilizatoria, pero no una que florezca pronto. Vargas Llosa identifica al radicalismo islámico como un enemigo. No. El radicalismo islámico es una expresión de las diversas velocidades y contextos históricos que se viven en el mundo, todos al mismo tiempo y todos dirigidos a converger en un devenir histórico-contextual único y global.

 

Nuestra era de caos tiene que ver con los diversos contextos que observamos en el mundo, con la colateralidad que los une, la diversidad de actores capaces de participar en la geopolítica actual y con la resistencia de muchas fuerzas a la convergencia de un contexto global que ciertamente, como dijo Fukuyama, nos conduzca a una sociedad global encaminada a la prosperidad.

 

En el siguiente y –espero- último artículo de la serie, visitaremos los conflictos y regiones mundiales para que, usted estimado lector, tenga a bien identificar mejor las velocidades, los contextos y las causas del tiempo que nos unen.

 

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