La final de un torneo memorable por tanto jolgorio y dosis controladas de buen futbol será disputada por Francia y Portugal con dos entrenadores disímiles pero exitosos dentro de sus propios círculos.

Didier Deschamps tiene 47 años. Fernando Santos llega a los 61. Ambos fueron futbolistas. El francés en el medio campo y el luso en la zona baja. De cualquier forma, su perfil fue siempre ponderar la táctica por sobre la técnica, sello que hoy han impregnado a sus respectivas selecciones.

Por muchos años se acostumbró Francia al buen futbol. Hablamos desde que en los años 50 perdían, pero dejaban escuela con jugadores como Just Fontaine, o esa década ochentera donde brillaron con Platini, Battiston y Tigana pasando hasta la cofradía de 1998 que obtuvo el título del mundo, precisamente en casa, y dos años después la Eurocopa, equipos en los que la columna vertebral y nervio medular era Didier Deschamps.

El combativo Deschamps, junto a Djorkaeff, se encargaba del trabajo sucio para dejar la orfebrería en Zinedine Zidane. Deschamps no es un tipo que venda. No sale en pasarelas, no vende camisetas, no es fotogénico. Casi siempre mantiene una postura rígida y cuando habla tiene un tonillo campesino particular de los de Bayona, de los que viven junto al mar Cantábrico, pero desde hace 20 años sale en las fotografías en los éxitos de la selección francesa.

Cuando Deschamps jugaba en el Nantes y pasaba casi desapercibido, Fernando Santos empezaba su carrera como entrenador en Portugal con el Estoril-Praia. Era 1987.

Entonces, Santos no sabría que su trayectoria como estratega estaría zurcida a dos países solamente, el suyo y Grecia, en donde llegaría a ser seleccionador nacional.

El periplo de Santos lo llevaría a ser apodado El Griego. No deja nada al azar este técnico meticuloso, anacoreta, alejado del virtuosismo que ha sabido convencer a Cristiano Ronaldo de dejar de lado las individualidades para pensar en lo colectivo. Su vida de ida vuelta, entre Portugal y Grecia lo llevó a dirigir a los tres grandes equipos de su país, por lo que al ser seleccionado como entrenador lusitano nadie lo discutió. Hizo campeón al Porto, pasó por el Benfica y dirigió a su amado Sporting de Lisboa, club del que también es accionista.

Le dicen en sus círculos cercanos El Sargento, por su fama disciplinaria sin importar el jugador que tenga en frente. En Grecia también es muy querido, pues llevó al AEK Atenas a puestos de Champions cuando estaba en bancarrota.

Cierta ocasión, al saber sus jugadores del Atenas que los entrenamientos serían a las ocho de la mañana, le interpusieron que el tráfico era muy pesado a esa hora, por lo que Santos se los cambió a las siete de la mañana. Entonces, sus futbolistas se lo pensaron mejor y dijeron que el de las ocho estaba bien. Anécdotas como ésta tapizan su carrera meticulosa y monolítica.

En 1998 empezó con el Porto la consecución de cinco campeonatos seguidos, por lo que fue bautizado como El ingeniero del Penta, haciendo alusión a su título de ingeniero en telecomunicaciones. A unos kilómetros de Porto, mientras saboreaba un buen champán de la victoria, veía el Mundial por televisión. Ahí, alejado de Zidane que levantaba el trofeo junto a Blanc y Desailly, Didier Deschamps se consagraba campeón del mundo.

Dos años después, la expedición francesa, que de por sí ya había hecho historia, viajó a Holanda para la Eurocopa. En Rotterdam se fueron a los tiempos extra ante Italia y ganaron el doblete. Aunque envejecía la generación dorada, Deschamps, de 30 años, llevaba la banda de capitán y levantó el trofeo que los acreditaba como los mejores de Europa.

Didier Deschamps siempre fue más de brochazos que de pinceladas. El éxito del Mundial y la Euro fue por el mediocampo duro y defensivo. Deschamps se unía a Vieira y Makelele para, a partir de su destrucción, comenzar el juego francés y ganar. Por eso no es de extrañar que uno de sus favoritos sea Matuidi en un equipo donde Griezmann sería el favorito de cualquier entrenador.

Como sea, los técnicos finalistas de la Eurocopa 2016, Fernando Santos y Didier Deschamps han sabido acomodar el juego a su estilo y forma. Una manera efectiva y ganadora.

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