AFA-CatonAl empezar la noche de bodas el anheloso novio le dijo a su flamante mujercita: “¡Por fin, Dulciflor, vamos a hacer lo que hacen los casados!”. Preguntó ella, afligida: “¿Vamos a pelear?”. Don Algón viajó a Beijing. A su regreso le contó a un amigo: “Hice el amor con una china”. Inquirió el otro, curioso: “Y ¿qué tal?”. “Muy bien -contestó don Algón-. Pero a las tres horas ya tenía ganas otra vez”. (Nota: Igual que luego de comer comida china). Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le propuso en el bar a una chica: “Vamos a mi departamento”. “Déjeme en paz -repuso ella con disgusto-. No soy una prostituta”. Replicó Pitongo: “Nadie habló de dinero”. Una vaca hizo: “Mu”. Le dijo otra: “Me quitaste la palabra. Yo iba a decir exactamente lo mismo”.

Babalucas le pidió a una mujer que se casara con él. Respondió la susodicha: “No me conoces lo suficiente”. Ofreció el pavitonto: “Haré que 10 amigos nos presenten otra vez. ¿Bastará eso?”. “Quiero decir -precisó ella- que hay en mi vida un terrible secreto: Soy ninfómana”. Replicó Babalucas con vehemencia: “¡No me importa tu adicción a las drogas, cielo mío, con tal de que me seas fiel!”.

El rudo vaquero llegó a la peluquería del pueblo y le pidió al barbero que lo afeitara. “Pero hay un problema -declaró-. Tengo la barba muy cerrada, y nadie ha podido nunca afeitarme completamente al ras”. “Yo lo haré -respondió el de la barbería-. Métase esto en la boca”. Y así diciendo le entregó una pequeña esfera metálica. El vaquero se la puso en la boca, primero de un lado, después del otro, y así, con el carrillo alzado, el barbero pudo afeitarlo al ras.

“Magnífico -reconoció el vaquero-. Vendré otra vez mañana. Pero ¿qué pasa si me trago la bola de metal?”. “Nada -respondió el de la barbería-. Simplemente me la trae al día siguiente, como hacen los demás”. El joven cura rogó con angustiada voz: “¡Ayúdeme, doctor! Todas las noches sueño que una hermosa mujer viene hacia mí ofreciéndome su cuerpo con movimientos lascivos. Yo tiendo los brazos para rechazarla, y ella se va, pero a la noche siguiente se me vuelve a presentar en sueños. ¡Ayúdeme, por favor!”. Dijo el facultativo: “Se ha equivocado usted, padre. Yo no soy psiquiatra: Soy traumatólogo”. “¡Precisamente! -clamó el curita-. ¡Quiero que me enyese los brazos, para no poder tenderlos, y de ese modo no rechazar a la mujer!”. Sea IFE o sea INE, el organismo encargado de las elecciones no es ya un órgano de ciudadanos: pertenece a los partidos. Del control del Gobierno los procesos electorales pasaron al control partidista.

Los integrantes del órgano electoral, a semejanza de los llamados representantes populares -diputados y senadores-, no representan a la ciudadanía: actúan según la conveniencia de los partidos que los llevaron al cargo que ocupan. El órgano electoral es una más de sus posesiones. El concepto de ciudadano desaparece en esa política de campanario, vale decir de cúpulas que hacen y deshacen -más lo segundo que lo primero- sin tomar en cuenta el interés de la nación, y lo deciden todo a espaldas de lo que antes se llamaba “el pueblo” y que ahora ya ni siquiera tiene nombre. Estoy empezando a sentir un penoso malestar provocado por el disgusto que me causa esa viciosa situación. Miren: tengo la mirada extraviada. Iré a buscarla, y en tanto que la encuentro daré salida a un chascarrillo final.

Llegó a las puertas del Cielo una agraciada joven de tez blanca y negrísimo cabello. Con voz dulce le pidió a San Pedro, el portero celestial, que la admitiera en la morada de la eterna bienaventuranza y la pusiera en la sección correspondiente a las vírgenes. “Para eso -le informó el apóstol de las llaves- debes ser doncella”. “Lo soy” -respondió la hermosa joven. Le dijo San Pedro: “A fin de asegurarme de tu doncellez haré que te examine un ángel”. Revisó éste a la muchacha y le dijo al apóstol: “En efecto: La señorita es virgen. Debo hacer de tu conocimiento, sin embargo, que tiene siete rasguñitos en el himen”. “Eso no importa -dictaminó San Pedro-. Si el capullo de su virginidad está íntegro puede entrar. Ahora dime, muchacha: ¿cómo te llamas?”. Respondió ella: “Blanca Nieves”. FIN.

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