De política y cosas peores.AFA-Caton

El pequeño señor se presentó en la tienda de departamentos a pedir un empleo de vendedor.

Le dijo el gerente: “Tengo dos podadoras de césped que no he podido vender en medio año, y eso que les he rebajado el precio.

Si vende usted una el trabajo será suyo”. En eso llegó un cliente y pidió una bolsa de semilla de pasto.

Le dijo el aspirante a vendedor: “¿Por qué no compra también una podadora?”.

Replicó el individuo: “¿Para qué quiero una podadora de césped, si apenas lo voy a sembrar?”.

“Tiene usted razón -admitió el pequeño señor-.

Pero en tres meses crecerá el pasto, y entonces la podadora le costará el doble.

Debería comprarla ahora que está en oferta”.

Dijo el cliente: “Es cierto.

Llevaré también la podadora”.

El gerente se asombró al ver la habilidad del vendedor.

Y más se asombró cuando 15 minutos después el señorcito le dijo que había vendido ya la otra podadora.

Le contó: “Llegó una señora joven y me preguntó dónde estaban las toallas sanitarias.

Le dije que en el departamento de farmacia, y le sugerí: ‘¿Por qué no compra también una podadora de pasto?’.

Ella se sorprendió: ‘¿Para qué quiero yo una podadora de pasto?’.

Le dije: ‘Durante tres días no podrá usted follar.

Aproveche ese tiempo para cortar el césped’”. Babalucas puso una tintorería.

Fue al convento del pueblo y le preguntó a la madre superiora: “¿Tiene usted algunos hábitos sucios?”.

Don Astasio llegó a su casa después de terminar su jornada de 8 horas de trabajo como tenedor de libros en la empresa del magnate don Algón.

Colgó en el perchero del corredor su saco, su sombrero y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular y luego encaminó sus pasos a la alcoba a fin de recostarse un poco antes de cenar.

Ahí vio a su esposa Facilisa entrepernada en el lecho conyugal con un desconocido.

Fue el mitrado señor al chifonier donde guardaba una libreta en la cual apuntaba palabras denostosas para decirlas a su mujer en tales ocasiones, y al regresar le espetó la última que había registrado: “¡Magancesa!”.

Ese vocablo tiene ilustre origen.

El término “magancés”, que significa aleve, desleal, es el gentilicio de Maganza, o sea Maguncia, tierra de origen del conde Galalón, que traicionó a Roldán, el del Cantar famoso, y lo llevó a caer en la emboscada de Roncesvalles, donde perdió la vida.

Desde luego doña Facilisa no conocía esos antecedentes, motivo por el cual ni siquiera interrumpió sus eróticos meneos para preguntarle a su marido qué quería decir esa palabra: “magancesa”.

Don Astasio, entonces, apostrofó con justa indignación al sujeto con el cual su esposa se estaba refocilando en modo por demás indebido e irregular.

Le dijo: “Y usted, gurripato, esto me lo va a pagar”.

“Desde luego, señor -respondió el hombre-.

Pero tendrá usted que darme un recibo electrónico apegado a las nuevas disposiciones prescritas por la reforma fiscal”.

Don Astasio no había pensado en esa complicación tributaria.

Iba a preguntarle al individuo si no aceptaría una factura impresa, pero en eso intervino doña Facilisa.

Le sugirió a su esposo: “¿Por qué no manejamos esto como economía informal? Es lo que está haciendo mucha gente en vista de las dificultades que entraña el cumplimiento de esa complicada normatividad, por la cual hasta un destapador de caños necesita los servicios de un contador público certificado”.

“No se trata aquí de un destapador de caños -opuso don Astasio-.

El caso que nos ocupa presenta particularidades muy sui géneris”.

Habló en ese punto el abarraganado: “Me permito hacerle notar, caballero, que el caso a que usted se refiere nos estaba ocupando únicamente a su esposa y a mí.

Usted llegó como espectador ocasional y -debo decirlo- inoportuno.

Si la señora y yo hemos accedido a este diálogo es sólo por consideración a su persona, y para no faltar a las reglas de la urbanidad”.

Don Astasio se apenó al oír ese réspice.

Dijo, conciliador: “Está bien.

Por el momento dejaremos este asunto.

En lo que hace al recibo electrónico o factura impresa consultaré a la ONU.

Quizá dicho importante organismo internacional pueda desentrañar esa complicadísima cuestión”.

Tras decir eso fue a la cocina y se hizo un té de tila para recoger la bilis que se le derramó tanto por el penoso incidente acontecido como por la reforma fiscal.

FIN.

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