La Teología del Parque de Diversiones

Sergio Rodríguez Castillo

Dice el Génesis : “Vio Dios que todo cuanto había hecho era muy bueno”. Para efectos de mi argumento, comparemos el mundo con un parque de diversiones, con un Disneylandia elevado a la “n” potencia y a Dios con su director.

Resulta que Dios creó este parque de diversiones perfecto y te puso aquí. Mejor aún, te dio un boleto que permite disfrutar de todos los juegos, en la medida en que estés dispuesto a caminar hasta donde se encuentran. ¡Eso es todo! Al abrir las puertas del parque, te dijo: “Hice este parque para ti, el parque es perfecto y funciona tal y como debe funcionar; eres libre, has lo que quieras. Diviértete”

Estas son algunas de las actitudes de quienes visitan este parque:

Algunos se quedan en la caseta de información, leyendo el mapa, volviéndose expertos en el parque, siendo capaces de corregir a cualquiera sobre la dirección “correcta” de llegar a la rueda de la fortuna o al carrusel; desgraciadamente, ellos sólo conocen el mapa.

Cerca de ellos, también en la caseta de información, encontramos algunos que se la pasan esperando a que el director les diga que juegos visitar, implorando les dirija al camino que les ha trazado, que les dé una señal sobre los juegos que realmente quiere que conozcan, olvidando las instrucciones del director.

Otros deciden no disfrutar del parque, pues seguramente en algún otro lugar, hay otro mejor, y –han concluido- si se “sacrifican” en este, la recompensa será gozar de aquel. Junto a ellos, otros están convencidos que el parque no es “real” sino una ilusión y deciden no participar, dedicándose a prepararse para lo que vendrá cuando salgan del parque.

Unos más optan por los juegos de competencia, el tiro al blanco, los aros, las carreras. Asumen que la única manera de disfrutar es ganando premios, logrando ser admirados por la cantidad de monos de peluche que consigan. Se preocupan por ganar y buscan reconocimiento por sus logros. Sin embargo olvidan que no se podrán llevar nada cuando salgan del parque, pues una de las reglas es que sales precisamente con lo mismo con que entraste.

Algunos prefieren los juegos de velocidad, las montañas rusas y los juegos de vueltas. Se marean y vomitan, pero siguen insistiendo en estos juegos. Otros prefieren la casa de los espantos, se asustan y vuelven a asustar, eligiendo volver a subirse una y otra vez. Junto a ellos van los que deciden dedicarse a comer, palomitas, refresco, helados, etc. Cada uno escoge libremente y está tan absortos en su juego, que olvida que es un parque de diversiones y se convencen que es la realidad.

Otros se la pasan quejándose que en unos juegos se marean y otros los asustan, que unos están muy lejos, que otros requieren cierta estatura, etc. Les molesta que otros se diviertan más que ellos y envidian a los que están disfrutando el parque. Los más proactivos se organizan para mejorar el parque, convencidos que el director necesita de una ayudita.

Muy cerca, algunos eligen el papel de héroes. Se autonombran guías o vigilantes. Deciden que es más meritorio ayudar a otros a disfrutar el parque que disfrutarlo ellos mismos. Muchos se “sacrifican” convencido que es necesario “ganarse” el derecho de divertirse en el parque.

Finalmente (aunque seguro hay muchos más) están los que entienden las instrucciones del director y deciden aprovechar su estancia en parque. Lo recorren disfrutando los sustos, los mareos, las sorpresas, la comida, el paisaje, etc. Disfrutan del paseo y de la oportunidad de estar aquí. Raro, estos parecen ser muy pocos…

Pasamos la vida preguntándonos cuál es su propósito y si es que hay vida después de la muerte. ¿Por qué tanta preocupación con el sentido de la vida? Tal vez el sentido de la vida es la vida misma. ¿Qué acaso algunas de las mejores cosas de este mundo no tienen objetivo alguno? ¿Cuál es el objetivo de la música o de la danza? ¡No tienen! No se baila buscando llegar a un lugar en el salón ni se escucha una pieza musical esperando llegar al final.

¿Por qué estamos en este parque de diversiones? No lo sé. A veces me imagino a dios a la salida del parque, y casi puedo ver a los que le reclaman por los mareos y los sustos, los que exigen recompensa por sus sacrificios, los que van molestos pues no respondió a su clamor en la caseta de información, los que esperan un reconocimiento por haberse aprendido el mapa, etc. Olvidando que fueron ellos mismos los que eligieron que hacer. Por su parte, el director, en silencio, sonríe a los que decidieron tomarlo en serio y disfrutar del parque.

¿No es la mejor recompensa de un padre el ver feliz a su hijo? ¿No será la mejor forma de alabanza a dios disfrutar plenamente de la maravillosa creación?

Pero por otro lado, tal vez estoy totalmente equivocado…

Compartir