5:00 de la mañana, suena el despertador,  un día más de labores, lo apago con desgano pues la noche estuvo agitada entre la gripe de José mi pequeño de 6 años de edad; su salud no ha sido la mejor en estos últimos días. Me entristece verlo así, más aún cuando no puedo evitarle el malestar. José… ese pequeñito que ha venido a ser parte importante de mi vida. Al inicio sentía mucho miedo de convertirme en madre; no era algo que tenía en planes. Sin embargo, sucedió. Yo tenía 17 años cuando conocí a Luis, mi padre y mi madre nunca estuvieron de acuerdo con nuestro noviazgo; ese sueño que tienen de que uno se case con “el mejor hombre” ”con el príncipe azul” como los cuentos de hadas. Porque nadie te dice que los hombres perfectos no existen, existen seres humanos como tú, como yo; que actuamos conforme las circunstancias y las necesidades nos obligan. Recuerdo las palabras de mi madre: “Elige a un hombre como tu padre, que sea trabajador, que tenga un futuro para que pueda mantenerte, porque ellos son quienes mandan y traen el sustento a casa”.  Cuando supieron de mi relación con Luis, no estuvieron de acuerdo. Luis era un chico de mi colonia. Yo lo amaba. Recuerdo aquella tarde, cuando me propuso que “escapáramos”, no sabía qué decir, yo tenía mis propios planes, mis propios sueños. Pero el amor, ese sentimiento que comprendí muchos años después; no lo ejercí en ese momento. Y digo que no lo ejercí, al dejar en muchos momentos de amarme, de atenderme y ocuparme de mí; pues siempre había alguien antes que yo a  quien debía atender; por lo que, accedí a fugarme con Luis, dejando de lado el sueño que siempre había tenido, cuando de pequeña cerraba los ojos al estar en la soledad de mi habitación, y fantaseaba con convertirme en una prominente economista, pues esto de los números se me daba bien.Hoy después de 6 años, cómo han cambiado las cosas, los sentimientos. La vida no ha sido fácil. Afortunadamente la relación con mis padres volvió a darse, sin embargo, no dejan de reprocharme el no haber “salido de blanco” y haber sido el centro de comentarios en la colonia. En ocasiones he llegado a pensar que les importaba más el “qué dirán” que si yo me encontraba bien o era feliz. No lo sé. En ocasiones prefiero no pensar en ello.Recuerdo cuando me enteré que estaba embarazada, fue una gran sorpresa, no sabía qué hacer o qué sentir. Estaba preocupada. No sabía ser “madre” tenía miles de dudas y necesidades económicas. Luis tenía un empleado en un supermercado, pero no era suficiente su salario para poder satisfacer nuestras necesidades más prioritarias. Por ello en una ocasión le pregunté si me daba permiso de “trabajar” a lo que me contesto un rotundo no, acompañado de una serie de argumentos que no alcancé a entender. Frases como: “las mujeres deben estar al pendiente de su casa, de sus hijos, de tener la ropa y la comida lista” siguen retumbando en mis oídos. Y aunque seguí al pie de la letra los consejos de mi madre, algo me faltaba. Sentía un vacío. He llegado a pensar que soy una egoísta al querer desarrollarme, al ansiar superarme personalmente, aunque ello implicará buscar alternativas en el cuidado de mi pequeño José. Con el paso del tiempo, se complicaban mucho más nuestros problemas financieros, requeríamos pagar cuentas, médicos, comida… fue así como insistí nuevamente a Luis el que me permitiera trabajar, después de un año de intentos, accedió más cuando José se puso muy grave de salud y tuvimos que internarlo en el hospital de urgencia, nos sentíamos desesperados de no saber qué le pasaba a nuestro hijo y después nos angustiaba el pagar las cuentas del hospital y los medicamentos. Fue el momento en el que Luis accedió a permitirme trabajar. Aunque ¡claro! me hizo una serie de advertencias y recomendaciones, pues no quería estar en boca de sus familiares y amigos. Lo entendí.

Hoy tengo un empleo en una fábrica, rolo turnos. No ha sido sencillo. Entro a trabajar a las 7:00 de la mañana, salgo a las 3:00 de la tarde. Al llegar José esta con mi vecina, quien pasa por él a la escuela. Llego a casa y rápido hago de comer, pues llegamos hambrientos y cansados. De rato llega Luis, a quien le sirvo de comer, llega cansado. Más tarde lavo la ropa sucia y preparo la que vamos a ocupar al día siguiente. No hay mucho tiempo para disfrutar. Hay mucho por hacer.

Hoy que mi pequeño se encuentra enfermo, me cuesta mucho dejarlo en casa. Pero si no llego a trabajar me descontaran el día. No puedo darme ese lujo. He llamado a mi madre para saber si puede cuidar a José, no le fue posible. Me siento terrible, no quiero dejar solo a mi hijo. No tengo opción.  Imposible pedirle a Luis que cuide de él, ya que es mi obligación.  He llegado a pensar en la gran ventaja de haber tenido un hijo en lugar de una hija,  hay algo dentro de mí que me dice: “no pienses así” pero mi realidad a cada día me confirma que fue lo mejor. Será el jefe de familia, el que dé las órdenes, solo espero que se case con una “buena mujer”.

***

Tú, yo, ellas, nosotras… hemos sido educadas bajo esquemas pre establecidos, que nos han inculcado de forma inconsciente nuestros padres y madres. Digo inconsciente, porque son tan aprendidos que poco los cuestionamos y mucho más complejo es “cambiarlos” Las instituciones, el Estado, los medios de comunicación, nos han repetido una y otra vez cuál es el rol que nos corresponde, cuáles son las actividades que como mujeres “debemos” realizar, nos señalan cómo comportarnos, cómo vestirnos; y lo asumimos de manera tal, que no existe conciencia en lo que día a día hacemos y más aún en cómo educamos.

Hoy tú, yo, ellas, nosotras; tenemos la oportunidad de “cambiar” de “deconstruir” de “transformar” pues tanto padre y madre son responsables de la educación de los y las pequeñas (ya que bien dice mi Maestra Muriel Salinas, “hasta en las ausencias se educa”) transformemos estos paradigmas que “tazan” las conductas humanas, que reprimen, que imponen, que violentan. Comencemos por preguntarnos ¿Qué similitud tengo yo con esta historia? (no importa si eres hombre o mujer, pues todos y todas formamos parte de esta sociedad y esta cultura) y vayamos más allá ¿Qué decisiones tomarán mis hijas, mis hijos? ¿Qué decisiones estoy tomando yo? Te invito a comenzar a identificar las palabras, las acciones, los pensamientos que realizamos durante el día y que encasillan a hombres y mujeres; te invito a cambiar, a transformar, a hacer y construir una sociedad igualitaria, aliada; te invito a hacer consciente lo inconsciente para comenzar a cambiar. La decisión es tuya, es mía, es de ellas, de ellos, de todos y todas.

Un intento a la vez, pero nunca dejar de intentar. Y ¡recuerda! cuando hablamos de una Mujer, hablamos de Todas y ahí nos encontramos tú, yo, ellas, nosotras.

Berenice López

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