• Ushuaia.

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A esta ciudad se la suele relacionar más con el turismo de aventura y con su puerto como antesala de la Antártida que con el glamour. Sin embargo, ofrece opciones hoteleras y gastronómicas de lujo absoluto, enmarcado en el paisaje de montañas que mueren en el mar.
Todos los restaurantes que tengan una buena vista al canal de Beagle, pasear en catamarán por las aguas azules, la cerveza local y una cena a la luz de la velas en Chez Manu: sobre la ladera de la montaña, el paisaje de la ciudad iluminada a sus pies, en un ambiente elegante y cuidado hasta el más mínimo detalle.

  • Punta del este.

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Los fundamentalistas de Punta la equiparan con playas mediterráneas y caribeñas sin siquiera sonrojarse. Pero lo cierto es que, más allá de que el paisaje ha enamorado a unos cuantos, aún en los tiempos de vacas más flacas es el lugar donde la gente va a ver y a hacerse ver. Las fiestas top. Alguna fiesta en el Conrad, la comida del Fasano, la coctelería del Mantra, la movida electrónica en Ovo y el siempre vigente Tequila.

 

  • Jamaica.coastal-house-in-negril-jamaica-26264-1920x1200

La isla más grande y la población anglófona más numerosa del Caribe, la música, la cultura rastafari y, sobre todo, playas perfectas y servicios orientados al relax absoluto, hacen de Jamaica un lugar con un glamour especial, agreste y provocador.
Más allá de la experiencia cultural que implica recorrer Kingston, el paraíso mismo se llama Montego Bay. A las playas de arena blanca se suma el lujo de los buques de crucero que hacen escala allí -llegar en crucero es una gran opción- y la tentación permanente del «duty free shopping».

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