En 1999, los daños del tabaquismo estaban tan claros que la firma Philip Morris tuvo que reconocer en su página web lo siguiente: «Existe un consenso médico y científico abrumador acerca de que el tabaquismo produce cáncer de pulmón, cardiopatía, enfisema y otras enfermedades graves en los fumadores». Por esas fechas, Sam Saunders, matemático de la Universidad Estatal de Washington, explicó los daños causados por esta adicción y la dificultad para percibir su riesgo con la analogía del llamado efecto rana: imaginemos que, por un error de fabricación, de cada 25.000 paquetes que salen al mercado, uno tuviera un cigarrillo lleno de dinamita. Contando con la producción actual, ese explosivo causaría unas 10.000 muertes diarias a nivel planetario, si no fuera porque quizá casi todo el mundo dejaría de fumar en las semanas siguientes a la difusión del aviso.

Los efectos reales del consumo son mucho peores que los que refleja la metáfora: la OMS calcula que las enfermedades relacionadas con esta droga matan a casi seis millones de personas al año; de ellas, medio millón son fumadores pasivos. «¿Por qué todo el mundo dejaría el hábito en el caso de la bomba y no ocurre lo mismo en la realidad, a pesar los efectos brutales del tabaco?», se preguntaba Saunders. Lo explicaba por la dificultad que tenemos para detectar los peligros sutiles. La dinamita es fulminante: pasaríamos de estar sanos a descuartizados. Sin embargo, las consecuencias del tabaquismo se notan poco a poco. El matemático compara nuestra capacidad de razonamiento con la de las ranas: «¿Cómo cocería una? Si la echa en agua muy caliente, saldrá huyendo porque percibirá el peligro. Pero si la arroja en una vasija templada y deja que se acostumbre, podrá ir subiendo la temperatura poco a poco mientras el animal se resigna a ser hervido».

Más ellos que ellas

La característica que potencia la peligrosidad del tabaquismo es que sus secuelas más negativas tardan tiempo en manifestarse, y no es sencillo percibirlas. Al contrario de lo que ocurre con otras adicciones, no es fácil distinguir a un fumador de quien no lo es. Esa es una de las razones por las que sigue habiendo muchas personas enganchadas, aunque el número ha descendido desde la época en que Philip Morris hizo aquel anuncio. El año pasado, el Instituto Nacional de Estadística (INE) cifraba en un 23 % –un 27,6 % eran hombres y un 18,6 %, mujeres– el porcentaje de españoles que fuma a diario.

Las campañas que nos recuerdan las muertes por este hábito hablan de probabilidades, pero, como recordaba Saunders, los humanos, al igual que las ranas, no somos muy buenos con los números. Stalin lo resumió en una frase: “Una muerte única es una tragedia; un millón, estadística”. Pero los números también se pueden hacer mucho más elocuentes. Ese esfuerzo lo llevan a cabo los especialistas cuando dicen que de cada cuatro personas que fuman, dos desarrollarán alguna enfermedad relacionada con el hábito, y de estas, una morirá como consecuencia del mismo.

Otra de las razones que hace que sea tan difícil de erradicar es la edad de inicio. Estamos ante un fenómeno que en realidad es una enfermedad pediátrica, tal y como la califica John Schulenberg, de la Universidad de Míchigan, en EE. UU. Este psicólogo, uno de los mayores expertos en juventud y adicciones, recuerda que el hábito tabaquero se adquiere por lo general en la adolescencia, y esto juega un papel determinante a largo plazo.

Cosa de líderes

Hay experimentos que muestran que los adolescentes que consumen cigarrillos son percibidos por sus compañeros como más duros, precoces y sociables. En una etapa de la vida en que se es más consciente de sí mismo y suele pensarse que el mundo está pendiente de nuestros movimientos, conseguir esas etiquetas es esencial.

Se empieza a fumar para parecerse a las personas que lo hacen, y, aunque en la madurez entendamos que esa pose es improductiva, quedan en nuestro interior esas connotaciones. Además, pese a que se haya dejado atrás la adolescencia, los humanos seguimos siendo propensos a imitar modelos, y los que nos ofrece nuestra cultura siguen asociando el tabaquismo con características deseables.

Chica fumando

Un estudio del American Journal of Public Health que analizó la influencia de los actores en los hábitos de los espectadores descubrió que los admiradores de Julia Roberts, Brad Pitt, Gwyneth Paltrow o Bruce Willis son plenamente conscientes de la manera en que fuman estas estrellas. De hecho, sobrevaloran esa rutina de sus actores favoritos porque algunos ni siquiera son fumadores, han aprendido a imitar el gesto para las películas. Los espectadores acaban vinculando su forma de encender un cigarrillo y sostenerlo a su atractivo.

Lo cierto es que es más fácil no empezar con esta droga que dejarla. Por eso, habría que pensar cuánta responsabilidad tienen los medios que han promovido un hábito que se sabía nocivo desde hace décadas. Joe Eszterhas, guionista de cine que escribió varias películas –Flashdance, Instinto Básico, Showgirls– cuyas protagonistas incitaban al tabaquismo es uno de los difusores de la epidemia. Cuando le diagnosticaron cáncer de garganta, escribió arrepentido: “Me resulta difícil perdonarme. He sido cómplice de innumerables asesinatos de seres humanos. No deseo que otras personas tengan mi destino, pero pido a Hollywood que deje de imponerlo a millones de personas”.

Muy Interesante

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