Habría que remontarse a septiembre de 2013 para ver un desempeño mejor del S&P 500 (+3.0%). De modo que el auge de Wall Street ha continuado en septiembre sin importarle ni los devastadores huracanes que han asolado a Estados Unidos, ni las amenazas de guerra con Corea del Norte, ni los continuos desencuentros en Washington.

Y la razón del éxito de septiembre se debe en gran medida a las expectativas de que, ahora sí, se está trabajando en la reforma tributaria, ésa que va a aliviar los bolsillos de los ciudadanos, va a robustecer las arcas de las empresas y va a propiciar la repatriación de las utilidades de las grandes corporaciones estadunidenses en el extranjero.

Como se sabe, Donald Trump todavía no ha logrado sacar adelante ninguna iniciativa legislativa, ni siquiera la revocación del “Obamacare” después de varios intentos frustrados. Y ahora va con todo por la reforma fiscal.

Sin embargo, su propuesta vuelve a pecar de lo mismo de siempre: su cinismo. En el documento presentado el pasado miércoles, Trump vendió su reforma como una propuesta que simplifica el sistema impositivo y que sobre todo favorece a la clase media y a las pequeñas empresas, a quienes quiere dar mayores recursos para fortalecerlos.

Y aprovechó para lanzar su mensaje de buen samaritano: aunque esa reforma, como una de las grandes fortunas que es,  a él le costará personalmente mucho dinero, hará lo correcto por y para el pueblo. Ahora bien, a estas alturas es difícil creerle, más a quien se ha resistido a publicar su declaración de impuestos. Hasta la fecha, la Casa Blanca da la impresión de haber funcionado como una subsidiaria de The Trump Organization.

Más información en Excélsior.

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