Todos los días se abren nuevos frentes en el asalto del presidente Donald Trump al sistema de comercio mundial. El 30 de mayo, soltó una bomba sobre México, con la amenaza de imponer un arancel del cinco por ciento a todas sus exportaciones para Estados Unidos, y aumentarlo al 25 por ciento en octubre si no disminuye el flujo de inmigrantes.

El 31 de mayo, se volcó sobre India anunciando el final de las históricas preferencias comerciales sobre aproximadamente 6000 millones de dólares de sus exportaciones a Estados Unidos.

Se está considerando una propuesta de permitir que el gobierno aumente los aranceles a las importaciones de países que supuestamente manipulan sus divisas. Se está obstruyendo el nombramiento de los jueces para el tribunal de apelaciones de la Organización Mundial del Comercio.

Se les ha notificado a Japón y a la Unión Europea que Estados Unidos quizá imponga aranceles a sus automóviles. Mientras tanto, la pelea comercial más grande de todas, con China, se está volviendo más sangrienta.

El elemento comercial de la Trumponomía es una desviación asombrosa de las políticas de gobiernos anteriores y un reto difícil para el sistema de comercio multilateral. Sin embargo, sus detractores deben enfrentar algunas verdades incómodas. La primera es que algunas de las frustraciones de Estados Unidos están justificadas.

El sistema de subsidios de China y su capitalismo dirigido por el Estado perjudican a las empresas rivales de otros lugares, y plantean preguntas acerca de la vigilancia y la seguridad. Desde hace mucho tiempo, el proteccionismo de India ha sido un obstáculo para la apertura comercial. Además, el sistema de solución de controversias de la OMC tiene puntos débiles muy serios.

Por otra parte, Estados Unidos tiene la fuerza para obligar a otros países a acceder a muchas de sus demandas. Pese a que su participación en la economía mundial (medida a precios de mercado) ha bajado del 38 por ciento en 1969 al 24 por ciento este año, sigue siendo el mercado comercial más importante del mundo.

Cuando se eliminaron los aranceles anteriores sobre el acero y el aluminio de México y Canadá, el comercio entre los tres países de Norteamérica todavía estaba más restringido que antes. No obstante, los mexicanos y los canadienses celebraron su pérdida como si fuera una ganancia, ya que pudo haber sido mucho peor.

Incluso puede que Trump tenga éxito en crear algunos empleos en el área de la manufactura en Estados Unidos ya que las empresas responden al riesgo de nuevos aranceles al decidir atender una mayor parte del mercado nacional desde adentro. Sin duda, parece que los aranceles están desalentando a algunos de hacer negocios con China.

Los analistas de Merril Lynch del Bank of America informan que cada vez más empresas están obteniendo recursos de otros lugares y “trabajando localmente”, es decir, aumentando la capacidad de producción en los mercados donde venden.

Finalmente, es poco probable que los aranceles bajos descarrilen por sí solos a las economías afectadas. Los precios de las divisas y las materias primas fluctúan todo el tiempo, señala Paul Bracher de Frost Bankers, un proveedor de financiamiento comercial con sede en Texas, y pese a que un arancel del cinco por ciento perjudicaría las ganancias de sus clientes, en términos de reducción de márgenes de ganancia, no sería “tan malo”.

Sin embargo, un arancel del 25 por ciento sería un “punto de inflexión”, comenta, debido a que pocas empresas podrían adaptarse lo suficientemente rápido como para evitarlos. El gobierno mexicano tomaría represalias y la confianza empresarial en Estados Unidos se vería afectada.

(El 4 de junio, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, insinuó que reduciría las tasas de interés si fuera necesario). Los economistas de Citibank calculan que los aranceles del 25 por ciento podrían provocar que se contraiga el producto interno bruto de México en un 4,6 por ciento si no se ajustan los precios y las tasas de cambio, o, si lo hacen, abatiría el valor del peso un 59 por ciento.

No se pretende que estas cifras sean predictivas, sino que planteen que “las consecuencias de esta política podrían ser tan extremas que vemos poco probable que se aplique”.

Los funcionarios chinos están elaborando una lista de “entidades poco confiables”, lo cual podría implicar sanciones para las empresas estadounidenses que obedezcan la prohibición del gobierno de venderle a Huawei, una empresa de telecomunicaciones china. A Erin Ennis del Consejo Empresarial Chino-Estadounidense, un grupo de cabildeo, le inquieta que Estados Unidos esté presionando demasiado para convencer a China de cambiar sus políticas.

Señala que bien puede suceder que los aranceles de Trump provoquen que el gobierno chino aumente los subsidios a fin de acelerar el desarrollo de los productos y los servicios nacionales que puedan remplazar a los extranjeros.

De hecho, quizás Trump haya presionado demasiado a su propio partido. La Constitución estadounidense dice que la política comercial le corresponde al Congreso, a pesar de que con el tiempo el Congreso ha delegado algunas atribuciones al presidente. Él ha puesto a prueba los límites de esa delegación, por ejemplo, al hablar de seguridad nacional para justificar los aranceles sobre el acero y el aluminio importados.

No obstante, la amenaza más reciente de imponer aranceles a las importaciones mexicanas requiere que declare un estado de emergencia nacional, el cual el Congreso tiene el poder de invalidar. Incluso si no lo hace, un tribunal podría hacerlo. John Murphy de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, un grupo empresarial, afirma que “la Cámara está analizando todas las opciones legales”.

Según sus partidarios, la Trumponomía es pragmatismo puro. En cuanto a China, mencionan que fracasaron los intentos anteriores y que las propuestas multilaterales son tímidas o ingenuas. Si creemos que el comercio debilita las economías y roba empleos, todo tiene sentido.

Sin embargo, no va bien con el júbilo de Trump cuando sí acepta un acuerdo comercial. En noviembre pasado firmó uno con México y Canadá, el TMEC, y presumió de estar avanzando en las conversaciones con China. El presidente puede ser un negociador de acuerdos, o, en sus propias palabras, un “hombre de aranceles”, pero no puede ser las dos cosas.

CON INFORMACIÓN DE EXCÉLSIOR

https://www.dineroenimagen.com/economia/donald-trump-esta-traicionando-los-acuerdos-comerciales/110820?categoria=%22dinero%22

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