Por primera vez en sus más de 20 años como surfista de olas gigantes, Garrett McNamara comenzó a cuestionarse por qué todavía sigue en busca de paredes acuáticas.

Parecía una pregunta inconcebible para alguien como McNamara, uno de los padrinos del surf de olas gigantes. El residente ligeramente fornido de Hawái formó parte de la alineación el día que Laird Hamilton, el embajador más influyente de este deporte, fue llevado en una moto de agua por primera vez hacia una ola.

McNamara incluso ostenta varios récords, entre ellos el de haber surfeado una ola de 23,77 metros, la más grande que se haya medido oficialmente hasta ahora, en las costas de Nazaré, en Portugal.

“Los surfistas de olas gigantes tienen un empuje extra para confiar en sí mismos y parte del espectáculo de ver a Garrett McNamara es cómo grita cuando está a punto de lanzarse a la ola”, dijo Curt Myers, un fotógrafo que suele tomar fotos del surfista hawaiano.

Sin embargo, en años recientes, había decaído la descarga de adrenalina que sentía McNamara, de 48 años, mientras descendía a toda velocidad por la ola.

“Ya no sentía nada cuando me metía en el agua. Comencé a surfear olas gigantes en busca de esa descarga, pero ese sentimiento desapareció”, dijo.

McNamara consideró retirarse. Su larga lista de patrocinadores le permitía cuidar de su esposa, Nicole, y de su hijo de dos años, Barrel, sin tener que acercarse al océano.

No obstante, seguía sintiendo un cosquilleo cada vez que escuchaba rumores de que se aproximaba una oleada del otro lado del mundo.

“Mi mente vuela”, dijo.

Como todos los surfistas de olas gigantes, McNamara consulta mapas sobre el clima varias veces al día. En enero del año pasado, cuando notó un conjunto de condiciones ideales en Mavericks, una meca de olas gigantes al sur de San Francisco, supo que debía estar ahí.

Equipado con un traje inflable de supervivencia para mantenerse a flote si perdía la conciencia y con una tabla de surf Gun, que es más gruesa que una tabla estándar, McNamara remó lentamente hacia la que describió como una ola “normal” de 21,33 metros.

Esa ola de aquel 7 de enero de 2016 alteraría para siempre la vida de McNamara y su futuro como surfista.

Tras haber navegado un tercio de la cara de la ola, perdió el equilibrio y salió catapultado de la tabla, rebotando varias veces como una piedra. La ola le reventó encima.

La lesión del surfista mundial Garrett McNamara

“Es una de las caídas más fuertes que he visto”, dijo Myers, quien había acercado a McNamara al oleaje en una moto de agua.

El surfista atribuyó lo sucedido a su postura vertical, que evitó que absorbiera el impulso de la ola.

“Esas olas gigantescas ya no me daban miedo”, justificó.

Después del impacto, el hueso del húmero de su brazo izquierdo se fracturó en cuatro. Como un cascarón estrellado, la cabeza humeral se rompió en nueve fragmentos, cuyas astillas se insertaron en el músculo pectoral de McNamara, donde permanecieron durante 24 horas hasta que los doctores pudieron extraerlas en una operación de urgencia.

Lograron estabilizar su hombro con una placa y una barra metálica y, aunque la lesión fue la peor de su carrera, a McNamara le informaron que, si comenzaba a hacer estiramientos de inmediato, podría regresar al agua en seis meses.

Varias complicaciones nublaron esa predicción optimista. Un hueso del lado posterior del húmero se había elevado dos centímetros de su posición normal, y la cabeza humeral quedó fuera de su cavidad. Esto indicaba que el nervio principal del músculo deltoides, que mantenía al hombro en su lugar, tenía un daño importante. Una semana después de la primera intervención de McNamara, a mediados de enero de 2016, su hombro volvió a separarse.

“Es el dolor más agudo que he sentido en toda mi vida”, narró McNamara. “No quería seguir sobre la faz de la Tierra”.

McNamara en Nazaré, Portugal, en 2013 CreditRafael Marchante/Reuters

Ed Weldon, un cirujano ortopedista de Honolulu que operó por segunda vez a McNamara, dijo no poder reparar el nervio.

“Pensamos que era mejor no explorar el nervio y darle tiempo para ver si regresaba solo”, añadió.

Había una posibilidad de que el hombro de McNamara “no funcionara bien para llevar a cabo todo tipo de actividades cotidianas”, entre ellas el surf, dijo Weldon.

“Si alguien iba a desarrollar un trauma psicológico, tenía sentido que fuera Garrett. Pero solo me dijo que mañana estaría navegando la misma ola”.

Después de un procedimiento de una hora, el brazo izquierdo de McNamara quedó conectado a un sistema de poleas. La máquina mantenía su brazo en continuo estado de movimiento y le ayudaba a evitar la formación de tejido cicatrizal. Sin embargo, el dolor era intenso.

“Durante los primeros tres meses, el dolor no se fue”, relató McNamara.

La larga recuperación también cambió su manera de ver el surf.

“Por primera vez en mi vida, ya no sentía ese cosquilleo que me hacía ir en busca de olas”, dijo McNamara. “Me estaba perdiendo el mejor invierno que hemos tenido en la historia del surf y no me importaba”.

Tampoco se quedó sin hacer nada en lo que su cuerpo sanaba. McNamara se ejercitó de la misma forma en la que se preparaba para las grandes olas, con una ferocidad que a otros les parecía maniática.

Durante un viaje a Malibú, California, en junio, surfeó unas cuantas olas pequeñas. “No tenía nada que hacer ahí, pero me hacía sentir mejor”, dijo.

“Mi idea de cuál era una ola perfecta cambió. No tiene que ser de treinta metros, ni siquiera de dieciocho. Puedo surfear una de seis metros y quedar contento”.

Después de regresar a las olas en junio, redobló sus esfuerzos de rehabilitación en agosto, reuniéndose diariamente con Daniel Bachmann, un entrenador cuya especialidad es la movilidad y la mecánica del hombro.

Para diciembre, el rango de movimiento del hombro izquierdo de McNamara era de solo el 80 por ciento.

Cada surfista de olas gigantes tiene en su haber por lo menos una historia de una caída épica. Como dijo alguna vez Ion Banner, otra figura de las olas gigantes: “En algún momento se te acaba ese combustible, pero tienes que subirte al caballo de nuevo. Si esperas demasiado, el miedo crece dentro de ti”.

Es por eso que McNamara aceptó rápidamente una invitación al evento inaugural del Tour de Olas Gigantes de la Liga Mundial de Surf en Nazaré.

El lugar, en la costa de un tranquilo caserío en el centro de Portugal, también es el centro de operaciones de McNamara, quien desde hace mucho venera el país. Pero cuando la competencia comenzó en octubre, McNamara no estaba en forma, ni con la confianza suficiente, para competir. Entonces, ayudó a organizar el evento.

A la izquierda, McNamara con el surfista australiano Jamie Mitchell, ganador de la competencia de Nazaré de 2016. McNamara prefirió no competir. CreditRafael Marchante/Reuters

“Siempre me encantó ser arrollado por las olas, sin preocuparme sobre qué sucedería, pero me di cuenta de que no soy invencible. Necesito enfocarme en subirme a las olas por las razones correctas, no solo por buscar un récord”, dijo.

“Sigo pensando en que podría lastimarme de nuevo”.

McNamara espera regresar a Mavericks en el aniversario de su accidente. Incluso después de la caída, siguió analizando con detenimiento los mapas climáticos diarios, para saber si arriesgar su salud para unirse a otros obsesionados con las olas gigantes.

Para McNamara, estar en el lugar donde su vida cambió para siempre es importante para su recuperación.

“Podría solo remar para estar ahí y, si logro montarme a una ola, está bien. Pero, si no, de todos modos valdrá la pena”, dijo.

Pese a todo, McNamara sostiene que la ola que lo descarriló el año pasado fue lo mejor que le pudo haber pasado.

“La pregunta: ‘¿Por qué sigo haciendo esto?’ ha pasado por mi mente con frecuencia”, dijo McNamara. “¿No he tenido suficiente?”.

“Ahora reacciono mejor, en lugar de caer en pánico y tratar de surfear todas las olas como lo hacía antes. Pero me gustaría descubrir si, tras la caída, puedo sentir esa emoción de nuevo. Espero que así sea. Sería genial”.

NYTIMES

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