Como ya se ha dicho en repetidas ocasiones, el petróleo no solo puede traerle a un país riqueza, sino también aflicciones. A Venezuela, país que según algunos parámetros cuenta con las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, por ahora solo parece traerle aflicciones.

Petróleos de Venezuela alcanzó el punto más alto de su producción en 1998, cuando Hugo Chávez fue electo presidente.

En los años que siguieron, el líder izquierdista y su sucesor autoritario, Nicolás Maduro, tomaron la decisión de deshacerse del personal profesional de PDVSA, utilizar tácticas de intimidación con sus socios internacionales y saquear sus arcas.

Como resultado de una amplia investigación estadounidense sobre prácticas de soborno en la empresa, hasta ahora se han presentado cargos en contra de más de veinte personas. Al frente de la petrolera se encuentra en este momento un general de brigada que no tiene ninguna experiencia en la industria petrolera.

Desde enero, cuando Estados Unidos anunció que aplicaría sanciones estrictas a PDVSA, la producción se ha desplomado a su nivel más bajo per cápita desde los años veinte. Entre tanto, millones de venezolanos sufren por la escasez de alimentos y medicamentos básicos.

PDVSA es una caricatura debido a su mala administración. Sin embargo, un estudio sobre las gigantes energéticas administradas por gobiernos latinoamericanos, las cuales son responsables de alrededor del 10 por ciento de la producción global de petróleo y el 20 por ciento de las reservas comprobadas, reveló que este problema no solo aqueja a Venezuela.

A cinco años de la caída de los precios del petróleo, la producción permanece a un nivel bajo en gran parte de la región, justo cuando la industria en general enfrenta cambios sin precedentes.

El auge del esquisto propició que Estados Unidos produjera 15,3 millones de barriles de petróleo al día el año pasado, casi una sexta parte de la producción global. En vista de las inquietudes que generan las emisiones de carbono y el surgimiento de los automóviles eléctricos, el temor por el punto más alto de la demanda ha remplazado la preocupación por la máxima oferta.

Esta incertidumbre le ha dado un nuevo sentido de urgencia a la vieja interrogante de cómo maximizar el valor de las reservas de crudo. En vez de abordar de frente este problema, las grandes empresas energéticas de América Latina (o, mejor dicho, los políticos encargados de ellas) se han dejado enredar de nuevo en los debates de antaño.

¿Sujetar a las empresas a presiones políticas o preservar su independencia? ¿Acoger o impedir la inversión extranjera? ¿Maximizar la eficiencia o crear empleos? ¿Subsidiar la gasolina o permitir que sus precios se desplacen según lo dicte el mercado? En general, las respuestas a estas preguntas han sido desalentadoras.

El sector público controla casi el 90 por ciento de las reservas mundiales de petróleo y gas. Para cumplir esa tarea, los gobiernos aplican estrategias muy diferentes, como ilustra el caso de América Latina.

En Guyana, el petroestado más joven de la región, la producción está a punto de estallar gracias a un descubrimiento que realizó ExxonMobil en 2015, pero el país todavía no ha creado su propia petrolera. En contraste, el monopolio del Estado llamado Pemex se fundó en México en 1938. Otros países cuentan con una combinación de empresas públicas y empresas extranjeras, que por lo regular coexisten en un ambiente de tensión. La gigante petrolera de Brasil, Petrobras, comenzó a cotizar acciones en el mercado estadounidense en el año 2000.

Sus homólogas argentina y colombiana también tienen una minoría de accionistas privados. En Ecuador, el Estado controla más del 80 por ciento de la producción de petróleo. Perupetro, la empresa-reguladora peruana, supervisa las operaciones de exploración y producción de las empresas privadas.

Venezuela abrió el sector petrolero en los años noventa, y en 2006 declaró que PDVSA tendría participación mayoritaria en los campos petroleros administrados por empresas extranjeras. BP y Chevron fueron algunas de las empresas que aceptaron el esquema, mientras que ExxonMobil y ConocoPhillips decidieron hacer sus maletas.

A pesar de sus variadas estructuras corporativas, la mayoría de las gigantes petroleras latinoamericanas tienen tres problemas en común. El primero es la mala administración del efectivo durante las épocas de bonanza.

En esos periodos, su error fue canalizar demasiado dinero a las arcas del gobierno e invertir muy poco en el crecimiento a futuro. En 2013, cuando el precio del petróleo alcanzó su punto más alto en cien dólares por barril, Pemex transfirió casi la mitad de sus utilidades al gobierno mexicano. Con todo y que los precios del crudo iban en ascenso, Petrobras vio caer el precio de sus acciones, pues acumuló muchas deudas e invirtió en demasiados proyectos marginales.

Cuando los precios del petróleo se fueron a pique, las petroleras de América Latina acumularon pasivos a largo plazo por más de 400 mil millones de dólares, equivalentes al 8,5 por ciento del producto interno bruto (PIB) combinado de sus países, según datos del grupo de expertos Instituto para la Gobernanza de los Recursos Naturales. Tan solo Petrobras representó casi la mitad del total.

El segundo problema es que algunos políticos y ejecutivos han utilizado estas empresas como alcancías personales.

CON INFORMACIÓN DE EXCÉLSIOR

https://www.dineroenimagen.com/economia/el-petroleo-tambien-puede-traer-afliccion-un-pais/112072?categoria=%22dinero%22

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