El amor ha sido, desde siempre, un tema central para la humanidad, sirviendo de fuente de inspiración para la poesía, la música, la pintura y el arte en todas sus formas. En los últimos años, gracias al desarrollo de modernas técnicas de imagen que permiten observar directamente lo que pasa dentro de nuestras cabezas, el amor se ha convertido en un tema de interés también para la ciencia.

El área cerebral más potentemente activada en los cerebros enamorados parece ser, con el consenso de todos los estudios de neuroimagen publicados hasta la fecha, el núcleo ‘accumbens’. Esta estructura constituye, en asociación con otras, lo que se denomina sistema de recompensa del cerebro, cuya activación resulta en una profunda sensación de placer y euforia. Los estímulos capaces de desencadenar esta emoción son muy diversos, incluyendo el sexo, la exposición a situaciones, personas o ambientes nuevos, poco familiares, y un largo etcétera. El sistema de recompensa se encarga de reforzar la asociación entre un estímulo capaz de generar placer y el estado eufórico al que conduce, potenciando los comportamientos de búsqueda y “consumo” de estímulos gratificantes.

Un sentimiento adictivo
Muy frecuentemente, las parejas dicen sentirse más unidas después de realizar un viaje juntas. Esta sensación no es una fantasía sino que parece tener un fundamento neuroquímico real. Se cree que, al enfrentarse de forma permanente a la novedad, la activación de este sistema refuerza la asociación entre la sensación de placer y la presencia de la otra persona, lo que contribuye a consolidar los lazos afectivos. Todas las drogas adictivas se caracterizan por estimular este sistema, como hace el amor. Aunque –todavía- no se lo considera formalmente, el amor es un sentimiento potentemente adictivo. Ahora bien, si se analizan los criterios diagnósticos de la adicción se descubre un patrón conductual sobrecogedoramente similar al del enamoramiento.

Así, el adicto muestra una conducta de ansia exagerada e irreprimible por conseguir la droga; emplea mucho tiempo y esfuerzo en actividades relacionadas con la obtención de la sustancia, como desplazarse largas distancias o realizar, sin disgusto, los formidables movimientos que se requieren para la cópula, aun habiéndose ejercitado duramente en otros menesteres a lo largo del día; y antepone el consumo de la sustancia a sus actividades sociales, laborales o recreativas, descuidándolas. El parecido es manifiesto.

Con todo, el aspecto más frustrante de la adicción es su persistencia. La exposición a recordatorios del consumo de drogas, como lugares asociados al uso previo, puede ocasionar una recaída, incluso décadas después de superar la adicción. En el caso del amor, todos sabemos que una canción, una fotografía o un camino de vuelta a casa pueden tener el mismo efecto, reavivando la extinta llama del amor y abrasándonos por dentro.

Ismael Millán trabaja en el Grupo de Investigación Fisiología Molecular de la Sinapsis del Instituto de Biomedicina de Sevilla – Universidad de Sevilla. Artículo escrito en colaboración con la UCC+i de la Universidad de Sevilla.

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