De repente, nos sorprendemos silbando –¡si no nos gusta nada!– un reggaeton que hemos escuchado en la radio. Calma, reiniciamos, pensemos en otra cosa… Pero a los dos minutos, nuestras neuronas vuelven a bailar a su son. Este fenómeno se llama gusano auditivo –earworm–, y el neurólogo recientemente fallecido Oliver Sacks lo comparaba en su libro Musicofilia “con un tic o un ataque”.

Una vez despertada la bestia con un sonido afín o una asociación mental, el “neurogusano” puede torturarnos a placer durante horas. Algunos psicólogos creen que el cerebro trata así de completar una melodía inconclusa, y otros opinan que es una manera de que la mente siga trabajando mientras está ociosa.

Hace poco, el periódico británico The Guardian se hacía eco del escalofriante caso de un hombre cuyo gusano, adoptando las formas de diferentes melodías, se había quedado a vivir en su cerebro. Sufría una verdadera psicosis musical que le impedía, incluso, concentrarse en la tareas cotidianas.

No hay una fórmula mágica para fabricar a estos invasores de nuestra mente, aunque la industria musical lo intenta con denuedo. Parece ser que ayudan las melodías simples, repetitivas y con algún patrón rítmico inesperado.

Según un estudio dirigido por el musicólogo Alisun Pawley y el psicólogo Daniel Mullenstein, otros elementos clave serían el número de sonidos y matices introducidos en el coro o los esfuerzos vocales del cantante. Su hit parade de las canciones más infecciosas de todos los está presidido por We are the Champions (1977), de Queen. ¿Has empezado ya a tararearla?

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