Guns N’ Roses sigue siendo el dueño del paraíso, no importa que Axl Rose y Slash muestren empatía sobre el escenario, ni la ausencia de Izzy Stradlin y Matt Sorum y la edad que ya se refleja en ellos… ¡aún son los mismos jefazos de siempre!

El atascado Palacio de los Deportes lo demostró anoche, lleno de chavorrucos con el ímpetu intacto, con la seguridad de portar un paliacate, pantalones rotos, camisa de franela cuadriculada amarrada a la cintura y botas como lo solía hacer el cantante cuando era guapo y codiciado por las féminas.

Se rockeó como en los mejores tiempos, con una chela en la mano y elevando el cuerno justo en el momento en que Slash, Duff McKagan y Rose abrieron una hora tarde con It’s So Easy.

Por fin se pudo ver a Axl Rose caminando, brincando, corriendo y no postrado en el trono prestado por Dave Grohl con el que visitó la capital en abril con un pie roto.

Lo más emocionante fue verlo bailar, al menos intentar emular la misma sensualidad con la que abrazaba el pedestal y se deslizaba con la cadera durante Welcome to the Jungle.

La diferencia es que ahora lo hacía más lento y cargando una barriga de 54 años que ya no es tan colosal como hace unos años, cuando el sobrepeso hizo mella en su figura como sex symbol.

Sobre el escenario era evidente que Slash y Axl tienen cero química, pues siempre que el cantante se intentó empatar con su exmejor amigo para la foto del recuerdo, el guitarrista se daba la media vuelta.

Mr. Brownstone y Chinese Democracy también fueron parte del primero de dos shows en el Domo de Cobre como parte de su Not in this Lifetime World Tour.

Los cohetones retumbaban, dejaban sordo en cualquier parte del recinto, hasta a aquellos sombrerudos de copa que intentaban ser Slash con sus kilitos de más y sus pelonas bajo la tapadera, que igual podían reventar con el cóver de Live and Let Die de los Wings, una de las exagrupaciones de Sir Paul McCartney.

Pero si de cóvers se trataba, el mejor fue el homenaje bien merecido que le hicieron a los padres del horror punk: los Mifists en voz de Duff McKagan. No estaban ni Danzig, ni Jerry Only y Wolfgang sobre la tarima, sino los Guns N’ Roses que se pusieron algo punks para los asistentes del lugar, que de hecho apenas algunos jóvenes y una que otra alma rebelde reconoció Attitude.

De las gradas llovían torres de vasos, quizá por euforia o por mala leche; varios borrachines ya se tambaleaban por lo etílico en la sangre y los asistentes en silla de ruedas también eran tan rebeldes que decidieron abandonar, algunos, el area de discapacitados para agitar la cabellera y conmoverse con el meloso gesto que Axl Rose hizo a los que lo saludaron, era como una tía que saludaba emocionada a sus retoños mientras cantaba This I Love, Civil War y Coma.

Uno jamás sabrá lo que es un clásico hasta que escuche cómo Sweet Child O’ Mine es cantada por casi 20 mil voces, enchina la piel, da escalofrío, ganas de llorar, de romper las reglas y hasta hace que estar vivos
valga la pena.

Tener la oportunidad de ver a Slash abrir con los primeros riffs de la icónica canción y a Rose elevar sus agudos en el coro, fue un momento por el que valió la pena estar vivos, obviamente muchos sacaron el celular para guardar el histórico momento.

Knockin’ On Heaven’s Door resultó igual de emotiva que siempre, con el plus de que la banda dedicó esta canción a las víctimas del club Chapecoense, equipo que disputaría la final de la Copa Sudamericana y cuyos miembros fallecieron en un avionazo en Colombia.

La melosidad de November Rain también estuvo presente con Axl al piano y la infaltable Nightrain.

El show terminó pasada la medianoche con Patience, The Seeker, cóver de The Who y Paradise City.

Excelsior.

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