El público aplaudió de pie a dos personas en la ceremonia de entrega del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, que cada año inaugura la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México, la más grande del idioma: al galardonado, Claudio Magris, y a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, que encontró a su nieto el pasado verano después de una búsqueda de 36 años. Los asistentes tampoco ahorraron vivas cuando varios ponentes de la inauguración –el propio presidente de la FIL, Raúl Padilla; el rector de la Universidad de Guadalajara, Iztcóatl Bravo, o el gobernador de Michoacán, Javier Jara– recordaron los hechos acaecidos el 26 de septiembre en Iguala, donde la policía municipal coludida con el cártel local mató a seis personas y desapareció a otras 43, pidiendo que se restablezca el pleno Estado de derecho.

La 28ª edición de la Feria de Guadalajara (FIL), que se despliega en 7,800 metros cuadrados de espacio y acoge a más de dos mil editoriales y unos 650 escritores, tiene este año como invitada de honor, por segunda vez en su historia –la primera fue en 1997–, a Argentina. Como destacaron los presentadores de la ceremonia, se trata de un país especialmente unido a México debido a los lazos que tejió el exilio en los años setenta: aquí se refugiaron miles de argentinos que huían de la dictadura militar. Uno de ellos fue el poeta Juan Gelman, fallecido en la ciudad de México el último enero, a quien se le rendirá homenaje en diversos actos.

Raúl Padilla, presidente de la FIL, destacó dentro del programa la conmemoración del Tricentenario de la Real Academia Española de la lengua, que incluirá una mesa redonda con las 22 academias del idioma, la presentación de la vigésima tercera edición de su Diccionario y la conferencia de Arturo Pérez Reverte sobre la versión del Quijote que ha editado para jóvenes. Otras atracciones son la presencia de la brasileña Nélida Piñón y del nicaragüense Sergio Ramírez.

En cuanto al flamante Premio FIL, la portavoz del jurado, Patricia Martínez, dijo que Claudio Magris –autor de libros imprescindibles como «El Danubio», «Microcosmos» o «A ciegas»– «encarna la mejor tradición humanística», refiriéndose a su «escritura erudita y poética» y a ese espacio presente en toda su obra, Europa Central, como «lugar de diálogo entre las culturas del Mediterránero y las del Danubio».

«Hombre de frontera», «infinito viajante», «ojo crítico a la vez que melancólico», como lo describió su amiga la escritora mexicana Esther Cohen en una emotiva semblanza, Claudio Magris agradeció el premio en español, recalcando que no podía olvidar «a todos aquellos sin cuya presencia no existirían mis libros» pues «cada uno de nosotros es un mar que se enriquece con muchos ríos, grandes o pequeños» (Marisa Madieri, de la que es viudo desde hace casi veinte años, siempre en sus palabras aun sin nombrarla).

En su discurso, ya en italiano, Magris discurrió, como no podía ser de otra manera, sobre su gran tema, la «Mitteleuropa», ese desaparecido universo que abarcaba el Imperio Austrohúngaro, al que definió como «el mundo del orden que había descubierto el desorden, un laboratorio del nihilismo contemporáneo a la vez que una guerrilla en su contra», y en el que acabó descubriendo una «metáfora de mi propia vida». «Por qué se escribe», se preguntaba al final. Después de desgranar las tantas razones, Magris concluía: «Escribir es construir un arca de Noé para salvar todo lo que queremos. Sabemos que está destinada a hundirse pero no dejamos de hacerlo».

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