Yuriria-SierraUno de los episodios más tristes y alucinantes del siglo XX fue aquel que ocurrió por los delirios de Adolf Hitler. El nazismo es un episodio de la historia mundial que, a pesar del paso del tiempo, no se agota en lo que se refiere a su estudio, su expiación, su condena y sus interrogantes. Literatura, películas, museos dedicados a éste, el capital más atroz de la historia de la Europa de mediados del siglo pasado. Aunque, sin duda, lo que más llama la atención es que la narrativa sobre lo que ocurrió en aquellos años no se detiene. De pronto, aparecen más relatos, detalles, descripciones terribles del horror en los campos de concentración. De las huidas, de las detenciones. De los fenómenos económicos, propagandísticos, militares, científicos asociados a ese régimen. De las familias que debieron separarse, de las que no sobrevivió ninguno de sus integrantes. Cientos de historias que no se acaban… Todas con una pregunta final, inevitable: ¿cómo es posible que aquello pudiera ocurrir? ¿Cómo es que un pueblo entero (y no sólo individuos desequilibrados) apoyara a un sistema tan evidentemente enfermo?

Apenas ayer, el diario austriaco Salzburger Nachrichten publicaba la historia que vivió Elisabeth Kalhammer, quien a los 18 años fue contratada para servir en la casa de descanso de Hitler: no podía hablar, sólo obedecer órdenes. Tampoco se valía tener contacto visual con el Führer. Cualquier acto de desobediencia valía el encierro dentro de la residencia. Logró escapar, a pesar de haber recibido la orden de no salir de la casa, con los aliados acercándose a la población en donde se encontraba. En esos días, tuvieron que trasladar objetos de valor a un búnker que se encontraba 90 escalones bajo el ras del suelo. Dos días antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, huyó y logró llegar a casa de su madre. Hoy tiene 89 años.

Y como la de Elisabeth, tantas más. Algunas más tristes que otras. Algunas más terribles, también. Sin embargo, al mismo tiempo, se anotan también (y no se pueden ignorar históricamente) los hechos que hicieron del nazismo un movimiento que sacó a Alemania de la profunda crisis económica en la que se encontraba. Uno que hizo a Joseph Goebbels “el padre de la propaganda” o a Albert Speer “el arquitecto del Reich”, o a Leni Riefenstahl “la madre del cine moderno”. Porque se quiera o no, reconocer las evidentes innovaciones que aportó a la modernidad el régimen nazi es inevitable. Pero a la par del genio de algunos de sus integrantes, ese régimen sustentó su poderío en su capacidad para sembrar todo ese odio que sigue entregándonos narrativas tan inaceptables como desgarradoras después de tantas décadas. Incluso también conocemos las historias “rosas”, ese lado que no va para nada con el nazismo atroz guardado en la historia. La intensión nunca exitosa de Adolf Hitler para entrar a la Academia de Arte, en Viena, para retratar al mundo a través de sus pinturas. Y aquel ejercicio literario del qué habría pasado si Hitler lo hubiera logrado —entrar a la academia y hacerse pintor— que se narra en La Part de l’autre (extraordinaria novela de EricEmmanuel Schmitt). O aquellas cartas publicadas hace unos meses, firmadas todas por Heinrich Himmler, el organizador del Holocausto. Misivas dedicadas a su esposa e hija, en las que se ve como una persona alejada del discurso de odio que tanto apoyó. Lados completamente opuestos. O incluso, los años de aparente arrepentimiento de Leni Riefenstahl y su esfuerzo para sobrevivir intelectualmente en un mundo que jamás le volvería a abrir las puertas a su inocultable talento.

El nazismo no se acaba. Grupos que siguen aquellos principios e ideas de estúpida supremacía aparecen por aquí y por allá. En julio pasado, Gilles Bourdouleix, miembro del parlamento francés y alcalde de Cholet, dijo a un grupo de gitanos: “Quizá Hitler no mató a suficientes de ustedes…”. Éste, como último ejemplo (hecho público), nos dice que esa narrativa del odio parece aún inagotable. Los lados más oscuros de la humanidad, de tan profundos, aún no llegamos al fondo. El de Hitler es solamente uno de ellos. Tan sólo en esta semana, vimos al dueño de los Clippers realizar tremendas declaraciones racistas en un entorno dominado por afroamericanos, la NBA. O a un aficionado lanzarle un plátano a un jugador de soccer para dar a entender que parecía un chimpancé. O a tantos y tantos hombres infravalorando el trabajo de las mujeres en sus respectivos entornos laborales. O… O… En fin, la narrativa del odio (del prejuicio y la discriminación) como el más vergonzante de los rostros de esta raza que se empeña por invitar a sus miembros a asumirse siempre superiores todo aquel que tiene al lado, a todo aquello que lo rodea…

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