Yuriria-SierraApenas hace un par de semanas, Conchita Wurst ganaba un reality show en Europa. Ella, que en realidad es él, ha causado conmoción en todo el mundo. Algunos han celebrado que quien es el álter ego de un cantante austriaco de nombre Thomas Neuwirth haya resultado vencedora sin importar que, en resumidas cuentas, se trate de un hombre con vestido y que luce una barba perfectamente cortada. Ganó un concurso de canto por su voz. Por supuesto que también se han escuchado voces que reprueban que esto haya sucedido, porque así como algunos han visto en esto un gran mensaje de aceptación, otros, como el gobierno de Rusia, han reprobado este hecho. En contraparte, el cardenal Christoph Schönborn, uno de los más influyentes en el catolicismo europeo, lo felicitó públicamente en la columna semanal que escribe en un diario austriaco.

Así es el mundo de diverso. Pero también así el mundo que aún sigue sin marcar bien la línea entre la tolerancia y el respeto. Habrá quien piense que la postura del gobierno de Vladimir Putin también debe ser respetada, y podrán tener razón. Lo que no está justificado —y no hay argumento que valga— es que esa postura, completamente personal, sea el motor de leyes que sí están coartando la libertad de los ciudadanos que gobierna.

Lo mismo sucede en Nigeria y en varios países en los que la homosexualidad es tema de políticas públicas, y no para la garantía de los derechos de todas las personas, sino para la condena. Así, en un 2014 donde vemos a mujeres con barba ganando concursos de canto, vemos también a hombres y mujeres que son encarcelados, golpeados y, en el peor de los casos, asesinados porque aún hay quien justifica esos crímenes, no sólo en una postura personal, sino hasta en leyes.

Hace unas semanas entrevistaba a Pablo Simonetti, escritor chileno publicado por Alfaguara. Lo trajo a nuestro país su más reciente novela La soberbia juventud, una historia sobre un chico homosexual que, al tomar algunas decisiones para vivir su sexualidad, se enfrenta a su familia. La historia de tantos, tantísimos jóvenes de todas clases sociales que deben derribar el primer muro de homofobia dentro de su entorno más inmediato, el familiar. Simonetti, que plasma algunos pasajes biográficos en esta novela, es un reconocido escritor que ha desarrollado un arduo trabajo en su país para abrir no sólo espacios, sino también la visión de las políticas públicas que aún tienen debajo de la mesa los derechos de las personas que pertenecen a la diversidad sexual. Un país que apenas hace mes y medio era testigo de la muerte de un jovencito de apenas 21 años, quien seis meses atrás recibía una brutal golpiza, misma que lo dejó con un daño cerebral y conectado a un respirador hasta que murió.

En México, tampoco es que salgamos bien librados. Si bien no somos un país que criminalice la homosexualidad, aún contamos con crímenes de odio. Todavía existe una homofobia en todos los entornos en los que una persona puede desarrollarse. Hace un par de días, se presentaban los resultados de la primera Encuesta Nacional sobre Homofobia en el Trabajo, realizada por la organización Espolea A.C; en un trabajo conjunto con la Comisión Nacional de Derechos Humanos. En ella, se lee que 35% de las personas homosexuales, transexuales, bisexuales o transgénero han sido víctimas de algún tipo de discriminación. Incluso también revela que el tema de la preferencia sexual ha sido tocado en entrevistas de trabajo (lo cual nos indica que es tomada en cuenta para la decisión de ofrecer un contrato o no, pues de lo contrario, resulta una pregunta completamente innecesaria).

Hoy es el Día Nacional de la Lucha contra la Homofobia, y con estos (malos) antecedentes en el mundo, entendemos el porqué de su conmemoración.

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