Yuriria-Sierra“Los poetas, los novelistas y los pensadores no son profetas ni conocen la figura del porvenir, pero muchos de ellos han descendido al fondo del hombre…”,  esto viene del texto titulado Democracia: lo absoluto y lo relativo, se publicó en el número 182 de Vuelta en 1992…

Si el Siglo XXI pudiera, le pagaría a Octavio Paz con una reverencia y un “tenías toda la razón”. Ni modo, la tuvo. Octavio Paz fue un hombre que, en lo que se refiere a su pensamiento político, a su evaluación intelectual de las ideologías que dominaron en el siglo XX, un hombre absolutamente lúcido, incluso esto le valió la enemistad de varios de sus contemporáneos, seducidos todos por aquellas ideologías. Paz, desde el escepticismo, supo ver cuáles eran  los peligros de todas y cada una de ellas; de todos y cada uno de los fanatismos que podrían darse en cualquier sociedad.

“Tenías toda la razón, Paz…”,  es lo menos que se le puede decir al intelectual más grande que ha visto nacer el México contemporáneo. Paz, el único Nobel de Literatura que ha tenido nuestro país. El que nos avisó que para adquirir conciencia, habría primero que despertar a la historia: “Tenemos que aprender a mirar cara a cara la realidad. Inventar, si es preciso, palabras nuevas e ideas nuevas para estas nuevas y extrañas realidades que nos han salido al paso. Pensar es el primer deber de la ‘inteligencia’. Y en ciertos casos, el único…”, como lo escribió en aquel laberinto, aquel que no necesitó tener un minotaruo a la salida, porque su palabra, aquella de Paz, bastó, basta y será siempre suficiente para encontrar caminos para entendernos. “Sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste en tener conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí”.

Hace 100 años que México no supo que había nacido quien se convertiría en la pluma de trazo fuerte (en todo sentido) que haya visto. Lo supo años después, cuando él, el más grande pensador que ha tenido nuestro país, la mente mexicana más brillante que vivió en el Siglo XXI, comenzó a publicar aquellos, sus más inspirados pensamientos. Octavio Paz, capaz de perdernos —y regresarnos— a través de la metáfora. Capaz de enviarnos al cielo con su poesía. Capaz de hacernos aterrizar los pies con sus ensayos. El más universal de los mexicanos.

La maravilla de Paz, que no sólo era el ensayista. La maravilla de Paz —otra— fueron también sus poemas. Alcanzó lugares poéticos de forma permanente. Su consistencia en el lenguaje poético, convirtió toda su herencia literaria en una prosa inigualable. En todo momento hizo que su poesía, tocada por toda suerte de musas, un lenguaje profundamente generoso.

La vida de cualquier persona, no sólo de un mexicano, cambia por completo después de leer a Octavio Paz, el del laberinto y su soledad apreciado desde la orilla del mundo. El de la libertad bajo palabra. Paz, el de las peras del olmo, de las conjunciones y disyunciones, el de la corriente alterna. Es Paz, el que predijo el tiempo nublado en pequeñas crónicas de grandes días. El de las convergencias.  Es, y será siempre, por esa cualidad que tienen las grandes plumas y que ya había dicho aquí: tan vigentes que podemos hablar de ellas en tiempo presente: así que eres Octavio Paz, para quien no alcanzan los días para seguirte celebrando.

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