La flor sobre el armario tus perfumes aspira.

El cristal de tu carne retrata los espejos.

Y tú me miras. Miras. Y me miras, me miras…

Y yo te beso. Beso. Y te beso, te beso…

Espejo y flor se vuelve tu integridad rendida.

En resplandor y aroma se diluye tu cuerpo.

Y no sé si es de vidrios la luz de tus pupilas

y si lo que acaricio es la carne o el pétalo.

Por fin tus muslos se hacen lápidas de agonías.

Tu delirio de lirio se agota. Sobre el pecho

se me queda tu larga cabellera dormida.

Entonces pienso la hora en que, muerta la vida,

no quedará en la alcoba, de todo lo que hoy veo,

más que un azogue roto y una flor derruida.

¡Hasta mañana!…

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