Jaque MateSergio-Sarmiento

¿Cuál rey quiere usted recordar? ¿El que heredó poderes absolutos del dictador Francisco Franco pero promovió la construcción de una democracia o el que participó en una cacería de elefantes en Botswana en 2012? ¿El que rechazó la intentona de un golpe militar el 23 de febrero de 1981 o el que le espetó a Hugo Chávez un molesto ‘¿Por qué no te callas?’ en la Cumbre Iberoamericana de 2007?
Los dos Juan Carlos son reales y el mismo.

Si algo ha demostrado su largo reinado, de casi 39 años, los mismos que duró la dictadura de Francisco Franco, es que nadie, ni siquiera un monarca, es perfecto.

Quizás es natural.

Juan Carlos nació el 5 de enero de 1938, en Roma, Italia, donde su padre Juan, el conde de Barcelona, heredero al trono español de Alfonso XIII, vivía exiliado.

La guerra civil destrozaba a España.

Juan Carlos llegó a España por primera vez a los 10 años. Vivió y estudió ahí bajo la tutela del gobierno de Franco.

Por las diferencias que tenía con el conde de Barcelona, el caudillo designó a Juan Carlos como su sucesor ante la inconformidad del padre.

Cuando Juan Carlos se casó con Sofía, princesa de Grecia, el gobierno de Franco le fijó a la pareja el Palacio de la Zarzuela en las afueras de Madrid como residencia y despacho.

En 1969 Juan Carlos prestó juramento como sucesor oficial de Franco prometiendo respetar las leyes fundamentales del reino y los principios del Movimiento Nacional, la organización política del franquismo.

Había buenas razones para pensar el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Franco, cuando las Cortes proclamaron rey a Juan Carlos, que el monarca mantendría el sistema político.

Para eso se le había preparado. De hecho, Juan Carlos juró preservar el sistema ese 22 de noviembre al aceptar la corona, pero meses después empezó a hacer reformas de fondo.

En julio de 1976 destituyó a Carlos Arias Navarro, muy cercano a Franco, como presidente del gobierno y nombró a Adolfo Suárez, quien impulsó la reforma política que restableció la democracia.

En 1978 el rey promulgó una constitución que ratificaba la condición de España como monarquía parlamentaria con un régimen democrático y una gran autonomía para las regiones históricas.

El ejército y los franquistas se opusieron a las reformas.

El 23 de febrero de 1981 un contingente de la guardia civil irrumpió en el edificio de las Cortes.

En Valencia se rebeló el capitán general Jaime Milans del Bosch.

Hubo otros levantamientos.

Se anunció la creación de un gobierno provisional, pero el rey se negó a darle su aval.

A la una y 14 de la madrugada del 24 el rey salió a la televisión, vestido con el uniforme de capitán general de los ejércitos españoles, para rechazar el golpe. Dijo: “La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum.”

El rey no ha sido perfecto. Se le ha acusado de mujeriego y de superficial.

El episodio de la cacería de elefantes le hizo daño a su imagen al igual que los negocios irregulares de su yerno Iñaki Urdangarín.

Por eso la monarquía ha perdido popularidad.

El rey supo, sin embargo, mantenerse firme en el momento adecuado.

Hoy abdica a favor de su hijo, Felipe, quien podría dar a la monarquía un renovado vigor.

Tampoco Felipe será perfecto y tendrá que mantener una monarquía que muchos ven como resabio de un mundo obsoleto.

Pero por lo pronto España le debe a Juan Carlos el haber restablecido y sostenido la democracia.

Triunfo de la CNTE
¿De qué ha servido todo el esfuerzo para una reforma educativa si al final la CNTE, con sus presiones, ha logrado que el gobierno le garantice que ninguno de sus miembros podrá ser removido o cambiado de las funciones que realizaba el 11 de septiembre de 2013? ¿Y los alumnos? ¿A quién le importan?
Twitter: @sergiosarmient4

Compartir