Hidra

Cerca del muelle había una casa desafinada, vale decir de mala nota.

En la puerta la dueña hizo poner este letrero: “¡Gran promoción! ¡Se dará un premio de 5 mil pesos al cliente que le haga el amor 10 veces seguidas a una de nuestras muchachas!’’.

Atraído por el anuncio llegó un marinero que se había pasado más de un año en alta mar.

Le llevaron a una chica, y empezó a hacerle vehementes demostraciones de ignívoma pasión.

Una vez.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Cinco.

Seis.

La dueña del establecimiento se preocupó.

Cuando el tipo llegó a nueve veces la mujer, en un intento por no pagarle el premio, le dijo: “Van siete veces’’.

“No -la corrigió el marino-.

Van nueve’’.

“Van siete’’. “No. Van nueve ya’’.

“Van siete, le digo’’ -insistió la mujer.

“Está bien -cedió tranquilamente el nauta-.

Empecemos otra vez desde el principio’’…

Doña Cebilia, señora muy gordita, fue con un nutriólogo.

“Quiero bajar de peso -le informó-.

¿Qué dieta me recomienda?’’.

“Mire usted -contestó el especialista-.

He puesto en práctica con mis pacientes todas las dietas marcadas con números: la de las 1,000 calorías, la de los 8 litros de agua, la de los 13 días, la de las 6 frutas.

Sin embargo la que mejor resultado les ha dado a todos es la dieta de las 2 palabras’’.

“¿Cuáles son esas dos palabras?’’ -preguntó ansiosamente la robusta dama.

Respondió el médico: “’No, gracias’’’…

La Hidra de Lerna se llamaba aquella monstruosa criatura.

Era una especie de serpiente anfibia que vivía en el lago de Lerna, en la Grecia antigua.

Tenía siete cabezas.

Si le cortaban una, esa cabeza se multiplicaba en otras tantas, de modo que era imposible acabar con el terrible monstruo.

Hércules le dio muerte cortándoselas todas a la vez.

El tráfico de drogas es una especie de hidra.

Cuando una cabeza se le corta, de inmediato surgen otras que toman su lugar.

Cuando un capo es capturado al punto sale otro, u otros.

Mucho dinero, muchísimo, hay en ese ilícito comercio, y cada vez habrá más, pues el número de consumidores, lejos de disminuir, aumenta cada día, sobre todo en Estados Unidos, país en que las drogas, aún las de mayor peligrosidad, son artículo de consumo diario para muchos.

La guerra contra los traficantes seguirá siendo, entonces, un trágico cuento de nunca acabar, una batalla interminable que la ley tiene perdida de antemano.

Se dice que la historia es la maestra de la vida.

Lejos de mí la temeraria idea de negar esa clásica aseveración, pero me temo que en todo caso es una infeliz maestra a la que nadie toma en cuenta, y cuyas enseñanzas caen en el olvido.

¿Por qué los gobiernos no recuerdan una lección al mismo tiempo trágica y sencilla, aquella de la prohibición del alcohol que en los principios del pasado siglo se implantó en el país del norte? Ese nefasto experimento trajo consigo una ola de violencia y crímenes que sólo terminó cuando la tal prohibición fue suprimida.

¿Por qué no se aplica esa experiencia al caso de las drogas? Dejo en el aire la pregunta.

(Seguramente ahí seguirá).

¡Mañana! Sí, mañana a las 11 horas presentaré en la Feria del Libro del Palacio de Minería mi obra más reciente, La guerra de Dios.

Trata de la rebelión cristera, uno de los más cruentos conflictos en la historia de nuestro país.

El relato de las terribles cosas que ahí se vieron es apasionante.

Te espero a ti, que eres uno de mis cuatro lectores.

Nos encontraremos en ese bello sitio de la Ciudad de México y celebraremos ahí nuestro encuentro con esos buenos amigos que los libros son.

La monjita y sus alumnas fueron a pasar el día en una granja.

Frente a ellas pasó corriendo a toda velocidad una gallina, y atrás de ella el gallo que la perseguía.

La gallinita atravesó la carretera, y un raudo vehículo la atropelló.

“¿Lo ven? -les dice la monjita a sus discípulas, feliz de poderles dar una lección moral-.

¡Prefirió la muerte antes que perder el tesoro de su virginidad!’’…

Se casaron dos amigas, una con un novio joven, la otra con un galán bastante maduro ya.

Cuando se encontraron dijo feliz la del marido joven: “¡Estuve de luna de miel 30 días, y me pareció que había pasado un segundo!’’.

Comentó la otra, mohína: “En mi caso, para un segundo tuvieron que pasar 30 días’’.

(No le entendí)…

FIN.

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