De política y cosas peores – Agradecimiento

AFA-CatonDon Languidio senescente caballero, cumplió 40 años de casado y fue con su esposa a una segunda luna de miel. Cuando regresaron alguien le preguntó al maduro señor cómo le había ido. Respondió don Languidio, pesaroso: “Hace 40 años mi mujer no hallaba cómo controlarme. Ahora no hallaba cómo consolarme”.

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, conoció en el bar a una chica alta y fornida, y la invitó a ir a su departamento a hacer el amor. Ella aceptó, pero con voz grave le hizo una advertencia: “Quiero que sepas que tengo doble personalidad”. “¿Qué significa eso?” -inquirió Pitongo.

Respondió la musculosa muchacha con voz aun más ronca: “Significa que primero tú me harás el amor a mí, y luego yo te lo haré a ti”. Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, era mujer de formas opulentas pero de escaso caletre. Cada vez que se ponía desodorante cruzaba las piernas y las apretaba. “¿Por qué haces eso?” -le preguntó, extrañada, una de sus compañeras. Explicó Nalgarina: “Aquí dice: ‘Para aplicarse oprímase la parte de abajo’”. La placa de aquel médico decía: “Doctor Ken Hosanna. Especialista en mujeres y otras enfermedades”. La señorita Peripalda, catequista, compró en la tienda de mascotas una pareja de loritos. Le preguntó al dueño: “¿Cómo podré saber cuál es la hembra y cuál el macho?”. Respondió el tipo: “Tome uno de los pájaros en cada mano, y sumérjalos alternativamente en un barril con agua. Meta primero a uno, luego al otro, y repita la operación una y otra vez durante una hora o más. Cuando uno de los dos diga: ‘¡Ya estoy de agua hasta los güevos!’, ése es el macho”. Alguien comentó: “Hay que tener cuidado con la carne roja”. Añadió Babalucas: “Y con la verde más”. El empleado de don Algón le dijo: “Necesito que me permita faltar mañana, jefe. Mi esposa me pidió que la acompañe a visitar a su mamá”. “Lo siento, Mequínez -respondió el ejecutivo-. Hay mucho trabajo. No puedo darle el día”.

“¡Gracias, jefe! -exclamó el empleado lleno de emoción-. ¡Ya sabía yo que podía contar con usted!”. Quizá los artículos que escribo no tengan mucha gracia, pero sí tienen muchas gracias. Quiero decir que están llenos de agradecimientos. La vida ha sido para mí una dadivosa mujer que me ha ofrecido todos sus encantos y me ha dispensado todos sus favores, algunos de ellos tan íntimos y próvidos que no son para contarse aquí. El último regalo de la vida me llegó a través de la prestigiosa Facultad de Jurisprudencia de mi querida Universidad, la de Coahuila. Ahí estudié, y ahí profesé cátedra durante muchos años. Hace unos días, en una bella ceremonia apegada a la más noble tradición académica, fui designado Maestro Ad Vitam de la institución por su claustro de maestros y su comunidad de estudiantes. Recibí el diploma donde consta tan preciada distinción de manos del joven y talentoso director del plantel, doctor Luis Efrén Ríos Vega, y cumplí el requisito de dictar una lectio sobre un tema relacionado con el apasionante ejercicio del derecho. Estuvieron ahí mis hijos y mis nietos -les mostré el aula donde impartí mis clases, salón que ahora lleva mi nombre-, y ahí estuvieron mis hermanos, mis amigos y colegas, a quienes agradecí de corazón su presencia. Escuché las benévolas palabras que acerca de mí dijo Jesús Ochoa Galindo, amigo muy querido, rector que fue de la Universidad, y recibí el abrazo afectuoso de numerosos ex alumnos míos. ¡Cómo valoro esta presea! Es una de las más altas que me han sido otorgadas. Me sentí pequeño cuando se mencionaron los nombres de quienes antes de mí la recibieron: Adolfo López Mateos; Ignacio Burgoa Orihuela; Jorge Carpizo McGregor; José Fuentes García, sin duda el más eminente jurista de Coahuila en nuestro tiempo; Diego Valadés; José Asensi Savater, preclaro académico español; Tania Groppi, distinguidísima constitucionalista italiana. Y no le sigo, porque tanto me estoy empequeñeciendo al lado de esos ilustres personajes que temo desaparecer. Una vez más doy las gracias a mi escuela, al doctor Ríos y a quienes me acompañaron en esa ocasión tan importante para mí. Quedé ungido con el óleo de la bondad humana. FIN.

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